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Mientras que Jungkook arrastraba con ayuda de su hombro a Yoongi, quién no podía dejar de anunciar toc-toc, hasta su casa, Jimin se encontraba inquieto debajo de sus suaves mantas de terciopelo. Sin querer hacerlo, había escuchado murmullos provenientes de la habitación al costado; la de sus padres. (Normalmente, si pegaba la oreja a la pared, podía escuchar con claridad de lo que platicaban.)
Aunque habían sido palabras sin sentido las que le llegaron, el chico tuvo miedo. Miedo de que lo encontraran despierto a tan altas horas de la madrugada con el celular en la mano izquierda. Podía imaginarse a su papá en la puerta, junto a su mamá en bata, en la entrada de su cuarto. Su padre diría que se estaba enviando mensajes con otro marica, uno similar a Jimin, luego lo miraría a los ojos, con esa mirada impenetrable que, con tan sólo dirigirla hacia ti, ya podías darte por enterado que si por él fuera, te echaría a la calle al primer día de cumplir la mayoría de edad. Pero había algo que le impedía hacer semejante cosa; su esposa. Esa mujer que ponía a sus hijos delante de todo, pero que había desarrollado un apego más fuerte a su hijo mayor que al menor. No obstante se lo negaba a sí misma, porque si de algo no estaba de acuerdo, era del tener un preferido, uno al que mimaba más, mucho más que al otro.
Ella se recuerda en el consultorio del doctor, encima de la camilla. Tomaba la mano de su esposo de la forma más delicada, cuando se enteró de la llegada de otro varón a su vida.
Los había atendido un hombre apunto de jubilarse. De bata blanca, pantalones azules y corbata a rayas, les había dicho que a su gastritis le habían salido patas. El esposo la miró incrédulo, luego al doctor y otra vez a ella. No lo podía creer. Ambos recién llegaban a los treinta, ¿había un mejor momento para tener otro?Tuvimos suerte de que no saliera para nada defectuoso, le había dicho su esposo una noche, a tientas de apagar la lámpara de mesa. Ella lo había ignorado y cerró los ojos. La vez que se prometió a sí misma no tener favoritismo por ninguno de sus chicos, en la camilla del hospital de Seúl, se hizo presente como un recuerdo viejo y gastado, pero que jamás se modificaba. (Aunque hoy en día no recordaba si el doctor le había dicho patas o piernas.)
Con su cabeza recostada sobre la almohada y los pensamientos esparcidos por el aire de la habitación, Jimin no quitaba la vista del aire acondicionado encima de sus persianas. El aparato del que Yoongi se había encargado de arreglar. Ahora no hacía ruido, tampoco soltaba polvo, y todo gracias a él. Él, que lo mantenía despierto a las dos a.m, pidiendo por su salud. Mandando a su casilla cantidad de mensajes que al final no obtendrían respuesta alguna. Fijándose en el reloj de su pantalla, preguntándose qué será de él. Dónde estaba. Qué hacía. Por qué se había fugado del instituto. Por qué Jimin se había angustiado tanto al no verlo cuando abrió los ojos. Y por qué era el protagonista de su caótica pesadilla que acechaba incansablemente sus pensamientos.
Al pasar de las horas, esa pesadilla se había esfumado en partes de su mente como fuegos artificiales en los cielos nocturnos. Todo era borroso y se mostraba en cortos a los que parecía que habían sido empapados en agua, disolviendo así toda la esencia y contenido. Pero Jimin sabía que de nada bueno se trataba, y que Yoongi estaba allí, tomando el papel principal en ese infierno en llamas.
Se sentía tan inquieto ante el recuerdo, tan desforestado al no poder hacer nada más que teclear con su celular.
Yoongi le escondía cosas que él fingía no notar. La repetición de su ropa al pasar de los días. El tono de su piel cada vez más pálida y albina. Sus ojeras haciéndose cada vez más grandes y notables. Esa mirada perdida que reflejaba algo sombrío circulando por su cabeza. Algo que lo acechaba. Un remordimiento, quizás. O algo que Jimin no entendía del todo, pero aun así, pretendía no notar. Había sido un tonto. Ahora lo comprendía, ahora...cuando tal vez era demasiado tarde para hacerlo.