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Jimin desayunaba con su familia.
Su hermano contaba una anécdota acerca de una compañera que había tenido un accidente poco higiénico relacionado con sangre y un asiento, mientras que su madre le regañaba porque no era de buena educación hablar de los accidentes de los demás y menos si la chica no quería ni aparecerse en la clase de Jihyun por toda la vergüenza que sintió.
Su padre leía el periódico de la mañana, ignorando por completo el tema de conversación y centrándose en las noticias que anunciaban las hojas con anuncios que abarcaban más de la mitad de la página, con colores poco atrayentes y desgastados.
Jimin comía su manzana, sin apuro, y de a sorbos cortos terminaba su té verde. Hacía un mes que no desayunaba más que esos dos alimentos, pues había visto en internet una dieta que creyó que le serviría para bajar algunos kilos de más. Él no tenía problema con su cuerpo, nada de eso, sólo que hace semanas atrás había notado algo en la ducha. Algo que no le gustó en absoluto y decidió ponerle fin mediante la dieta.
Jimin creía que nadie su familia estaba enterado, sin embargo, era bastante notorio que había veces en las que se salteaba comidas y se iba a la cama con el estómago vacío.
No tiene nada de extraño hacer dietas a su edad, se convencía la Sra. Park, los jóvenes las suelen hacer cuando se sienten un poco en disgusto con su cuerpo. Al pasar la etapa, lo olvidara y seguirá alimentándose con normalidad; no es como si fuera anoréxico o alguna de esas cosas. Cosas. Ahora que caigo en cuenta, necesito ir al supermercado a comprar cosas...
El único supermercado del pueblo abría a las seis; la misma hora en la que su pequeño debía estar en la estación para abordar el transporte que lo llevaría a su lejana escuela. La mujer levantó el reloj rojo carmesí que prendía de su muñeca, este se lo había obsequiado su marido como regalo de vigésimo aniversario y ya estaba algo viejo, pero como dicen por ahí: entre más viejo es un objeto, más valor sentimental le guardas. ¿Así decían o se lo había inventado?
—Jimin, cariño—dijo su madre—, sino te apresuras, no alcanzarás el metro.
El de pelos rosas asintió y le dio una última mordida a su manzana para luego tirarla en el tacho de basura de la cocina. No importaba que no la hubiese terminado, de todas formas, ayer había tomado helado. ¿Sabía él cuántas calorías ingerían en tu cuerpo con sólo probar una cucharada? No, no tenía idea, pero sí era consciente de que eran bastantes y eso afectaría a su rutina.
Despidió con un beso en la mejilla a su madre y aprovechó que su hermano menor estaba sentado para molestarlo sacudiendo su cabello azabache. Jihyun rió de espaldas, y enseguida se acomodó los flequillos que sobresalían de su cabeza como un puercoespín (estaba de buen humor, de lo contrario, Jimin hubiese terminado enyesado por lo restante del año escolar).
—Llegarás tarde—repuso su padre, alzando los ojos por encima del periódico, acompañado de un ceño fruncido.
Jimin borró la sonrisa de su rostro y asintió con la cabeza. Jihyun y su madre permanecieron callados. Estaban acostumbrados a ese tipo de comportamientos que tenía el hombre hacia su hijo, en especial cuando este estaba cerca de Jihyun. Temía que lo «corrompiese», Jimin lo sabía. Creía que cruzar palabras con un homosexual lo volvería uno, y allí se irían sus esperanzas de tener un hijo machito. Se lo decía con sus miradas poco despreciativas, también con sus «¿Sólo eso? Jihyun fue el que sacó más puntos en toda su escuela, que Jimin haya sido el segundo mejor en su clase simplemente es basura, querida. En las universidades nadie toma en cuenta a los segundones, ojalá le quede claro algún día y se ponga a estudiar cómo se debe, en vez de gastar tiempo en tintes de pelos para maricas.»