XVIII. HOGAR, DULCE HOGAR.

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La casa Park. Sin duda la más grande que los ojos de Yoongi llegaron a contemplar en toda su vida. Era simplemente una abominación. Ahora todo cabía en su lugar; el por qué Jimin era Jimin. ¿Quién no se pasaría la vida sonriendo con un hogar así? Yoongi sí, sí que lo haría. Por los hermosos ladrillos que no parecían naranjas, sino rojo carmesí; por los ventanales cristalinos que se asomaban detrás del portón de rejas, sin contar el césped bien recortado a los costados del camino de piedras que llevaban al porche y a la hermosa puerta de madera bien barnizada, además de aquél precioso segundo piso que se hacía notar con dos espléndidas persianas opacando su interior y la entrada con pedregullo desembocando en el garaje a su costado.

Eso era una casa, a comparación de la que su madre alquilaba desde hacía años. Yoongi ni siquiera sentía un poco de adoración por ella, sólo era un lugar donde pasaba el tiempo, o durmiendo o comiendo; algo que no le dolería dejar cuando llegase a su mayoría de edad, por supuesto. Ese día, Yoongi seguramente arrancase los afiches de Counter Strike con apuro de las paredes de su habitación y se dirija sin mirar atrás a quién sabe donde, porque él estaba más que seguro que no iría a la Universidad. Tal vez terminase siendo un pandillero de esos en los que la acera es su almohada y el asfalto su cama; no importaba. Al menos sonaba mejor que compartir una habitación con un idiota desconocido, sin contar lo estúpida que se pone la gente cuando está al borde de decidir que será el resto de su vida.

—¡Griiinch!—llamó su atención desde el otro lado del portón—. ¿Planeas entrar?

Yoongi lo miró con pesadumbre y asintió de mala gana. Siguió al más pequeño pisando aquellas baldosas que se incrustaban una junta a la otra arrastrándole poco a poco a la entrada. Jimin abrió la puerta.

Una hermosa sala de estar se asomaba, decorada hasta con el más fino detalle. Los tres sofás bordó estaban en línea dando con la televisión de más o menos cincuenta pulgadas que reposaba sobre un mueble de madera blanca y larga. En el centro, se encontraba una mesa de cristal triangular con un elegante florero encima y a su izquierda había un cuarto que, aparentemente, sólo contaba con la escalera y una puerta, Yoongi creyó que iba al garaje que mostraba la entrada.

—A mi mamá le gusta decorar—comentó Jimin con una sonrisa avergonzada y los cachetes rojos. Cerró la puerta tras de sí. 

—Pensé que sería algo estilo Barbie o Alicia en el país de las Maravillas...

—¡Qué cruel!—dejó salir una risa  por un momento.

Yoongi trató de de simplemente apreciar el paraíso que tenía en frente, pero fue nulo, pues terminó con los ojos puestos en él. Esa camisa azul pegada al torso le quedaba de maravilla.

«Convocando al señor Min Yoongi,—llamó su mente—¿podría dejar de mirarle el culo? Gracias, se agradece».

Yoongi rodó los ojos.
Al costado del hermoso living, tres escalones daban al pasillo que aguardaba por ellos, Yoongi notó casi al segundo que estaba adornado por fotos familiares por lo que se moría de ganas por ver una de Jimin de bebé; lo intrigaba de la cabeza a los pies. 

—Por aquí—lo guió al frente—. Ignora éstas fotos, son todas de mis tíos.

«Intento fallido, compadre».

Una abierta puerta blanca llamó la atención de Yoongi; el baño. Qué ganas tenía de ir, sentía el líquido pulsar para salir pero aún quería explorar la casa. El diseñador de interiores que poseía en su interior lo llamaba.

Caminaron por el piso flotante de madera hasta llegar a una puerta de vidrio de tipo corrediza, Yoongi pensó que daba con el comedor, incluso podía imaginárselo. Tan perfecto como lo demás. En cambio, lo que se dejó ver fue la bella cocina, con un aspecto tan rústico que hacía pensar a Yoongi en las películas Norteamericanas. La alacena junto al horno, el refrigerador gigante, la isla rodeada por sillas elevadas; todo donde debía estar. 

LA LOCURA DE MIN YOONGIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora