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Min Yoongi intenta sacarlas de su cabeza.
Había pasado demasiado tiempo desde la primera vez que las escuchó, y con él, aprendió a lidiar con ellas. El alcohol siempre fue una buena opción, apetecible para la garganta de Yoongi pero no para su cartera. Recordó cuando vio a su jefe fumando y este le dio una probada en el descanso. Ese viejo lo miraba como si Yoongi fuera una linda mujer. A veces le hacía propuestas extrañas. Le preguntaba si tenía un lugar dónde domir, siempre en sus descansos de treinta minutos que pasaban a ser de quince cuando Yoongi le respondía que sí.
Pero ese viejo recio le había enseñado lo que era el arte del fumar.
—Lo aspiras y antes de que sientas que te ahogas, lo dejas salir.
Yoongi intentó agarrarle la mano miles de veces, sin embargo, seguía ahogándose sin importar cuanto lo intentara. Aun así, lo distraía. Cuando así estaba, las voces eran pequeños ruiditos en algún rincón de su cabeza. Comenzaba a creer que podía lidiar con ellas. Necesitó tiempo para creer que así sería.
Hasta que volvió a verla en su cuarto de hotel.
Vestía un vestido blanco en cada aparición. Yoongi sólo recordaba abrir los ojos y verla en medio de las noches. Fueron tres veces en que lo echaron por los gritos provenientes de su habitación. En la última, se mantuvo toda la madrugada en vela, vagueando por las calles de Seúl.
Terminó sentado en una de las bancas del parque Brown. Estaba temblando de frío, y el lago del costado se le había formado una fina capa de hielo por encima.Le fue inútil no pensar en lo ocurrido con Jungkook aquél día, y en que había sido un idiota al odiarlo. ¿Jungkook qué hizo? No podía evitar ser agradable y bien parecido. No podía evitar gustarle a Jimin como tampoco agradarle a Yoongi. Sí, le agradaba bastante, y su papá era genial. Se preguntó si algún día llegaría a decírselo, y en donde estaba la madre de él. También la suya, y si lo extrañaba. Yoongi prefería que estuvieran alejados, al menos hasta que pudiera controlar esas voces.
La misma noche, mientras descansaba en el banco, soñó que estaba en una habitación de hotel corriente. Y que todas sus voces formaban una sombra grande y ancha que llegaba hasta el techo, con dos puntos blancos en la cima.
(Yoonie. Aún no me has dado la medicina, niño travieso. Ven aquí, ven con mamá. Dámelas, no querrás que mamá se enoje.)
Yoongi no era un adolescente en el sueño, sino un pequeño niño asustado que corría y corría por los pasillos del hotel. Esa cosa que lo perseguía ya no era su madre. No más, lo descubrió esa noche. Fuera lo que fuera, quería que se largara de su cabeza.
—¡Déjame!—demandó—. ¡Ahora!
Una sonrisa macabra se dibujó en aquella monstruosidad. Estaba absorbiendo al pequeño él y no podía hacer nada más que aullar de dolor. Lo sentía, estaba consumiéndolo por partes.
(Te haremos algo horrible si no nos la das, te haremos sufrir tanto que no podrás ni gritar Yoonie. Jimin también sufrirá, nos aseguraremos de ello si no nos la das.)
Jimin apareció junto a la gran sombra. Vestía la chaqueta que le prestó a Yoongi el día de la lluvia. Sonreía de oreja a oreja y sus ojos eran simples líneas entre los párpados.
De repente, unos vectores salieron de sus voces y el cuello de Jimin fue rodeado por lazos de oscuridad. Continuaba sonriendo.
Yoongi palideció.
—¡Jimin!
Yoongi comenzó a luchar. Lanzaba puñetazos para hacerse lugar entre las sombras y llevar a él. Jimin dejó de sonreír. Su cuello comenzaba desvanecerse en las sombras. Estaba ahí, frente a él, siendo asfixiado y Yoongi no podía hacer nada más que luchar por ser liberado.