XIX. ENANO DE JARDÍN.

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Terminaron de estudiar y Yoongi estaba más cansado de lo usual. Lo único que tenía en mente era llegar a casa y recostarse en su viejo colchón. Luego, al mirar al desgastado techo, quizá recordaría todo lo que había aprendido sobre Jimin en el día y lo perfecta que era su vida en comparación a la suya. Volvía a preguntarse por qué rayos se levantaba de la cama en las mañanas y eso lo atormentaba, o al menos, debía de atormentarlo según su psiquiatra. Cuando llegase a casa debía tomar aquellas pastillas que lo esperaban en la mesa de luz, aunque últimamente no le servían más que para dormir. Esas malditas drogas le volaban la cabeza y ahora que debía tomar dos por día era el doble de peor. Pareciera que las ganas de matarse aumentaban cada vez más en vez de desaparecer por completo de su mente, eso también lo atormentaba. La idea de un día no poder controlarse a sí mismo y cometer una estupidez, o tal vez una solución para su madre (ya no tendría que pagar una psiquiatra), lo mortificaban y comerse las uñas no estaba funcionando.
Lo había comprobado el día en que intentó irse a casa antes de hora y Jimin lo retuvo, pero, si se unen los puntos, si el pequeño no lo hubiese retenido, ¿realmente qué hubiera hecho? ¿Hubiera tomado la soga? ¿O el cuchillo que colgaba en la cocina? ¿Quizá la secadora de su madre y la hubiese tirado en la bañera?

«Te hubieras acojonado, eso hubiera pasado; ¿sabes por qué? ¡Porque no eres más que un sin pelotas! Tomarías la soga y la esconderías debajo de tu maldita cama, simulando no saber usarla más que para dar brincos, cabrón».

Levantó la vista tratando de despejar los pensamientos y se encontró al pequeño sonriéndole al otro vértice de la cama. Yoongi se sintió agradecido por la ausencia de una pequeña mesa en la habitación.

—¿Has entendido hasta aquí?—preguntó Jimin con libros abiertos en su regazo. Yoongi asintió en silencio—. Bien, entonces creo que ya estás preparado.

—¿Al fin me puedo ir?—pronunció con un falso tono de desinterés. Lo último que quería era ir a casa pero no tenía otra opción.

—Sí. Déjame ir al baño para acompañarte a la estación—dejó los libros a un costado del colchón y de un brinco aterrizó de pie en el suelo.

—No hace falta, recuerdo el camino.

—Claro que la hace, ¡eres mi invitado estrella, espérame abajo que ya te alcanzo!—dijo antes de abandonar la habitación con una sonrisa de oreja a oreja. Yoongi no obtuvo más opción que hacerle caso y caminó escalones abajo hasta el sofá bordo de los Park, allí estaba la madre de Jimin mirando la televisión cruzada de piernas, lucía concentrada en el programa de variedades que ponían a las diez de la noche. ¿Tan tarde era? Su madre lo castraría si lo viese entrar a esa hora, aunque también estaba la opción de que no estuviese y él pudiera caminar libremente en las habitaciones por donde se le antojase.

La señora continuó entretenida con el canal soltando pequeños gritos de emoción cada vez que le pegaban a un idol en la cabeza con un martillo de goma. Yoongi se limitó a mirar, la única vez que le había mostrado interés a ese show fue cuando estuvieron sus favoritos, demás no.

—¡Oh, hijo, estabas ahí!—le miró la mujer después de minutos. Él sólo asintió con la cabeza y la señora lo invitó a sentarse a su lado.

La habitación se hundió en las voces de la televisión. El tipo de lentes y el gordito disfrutaban el hacer pasar un momento incómodo a los artistas, los cuáles lucían asustados y se turnaban turno por turno para encorvarse y recibir un golpe en la cabeza. Yoongi observaba la cara de temor de los chicos, parecían ser novatos en la farándula aunque el maquillaje que tenían arriba los dejaba pasar por desapercibidos. Apretaban los párpados cuando recibían el martillazo y simulaban gracia cuando quedaban fuera de la presión. El gordito estallaba en risas.

LA LOCURA DE MIN YOONGIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora