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La banca de cemento en la que estaban sentados era estrecha e incómoda. Desde ella, se podía apreciar una alegre vista adornada de niños jugando y persiguiéndose entre sí por los columpios y la caja de arena.
El sol no parecía tener ganas de querer ocultarse a las cuatro menos cuarto de la tarde y las calles que flanqueaban el terreno estaban casi vacías, a no ser por las bicicletas de vigilantes que circulaban el lugar asegurándose del bienestar de los pequeños y los autos que iban de regreso a casa tras un día de exhausto trabajo.
Jimin yacía con la mirada pérdida al otro borde de la banca, replicándole a Yoongi por algo que desconocía haber hecho. Este último creía en que, si mordías aplastando las muelas contra las otras en el aire muy fuertemente, podías sentir la tensión del momento entre tus dientes y penetrando hasta tu garganta, dejándote sin palabra alguna qué intentar pronunciar.
Jimin no quería hablar, la suave ausencia del sonido entre ellos bastaba para sentirse bien y conforme con lo que pasaba por su mente. A veces levantaba un poco la vista y observaba a los niños. Vaya, él también había sido uno. Yoongi también, aunque le costaba creerlo. ¿Él era menos malhablado de más pequeño? Jimin no estaba del todo seguro.
Quizá era lindo y callado; con un pequeño de timidez y muy, muy tierno como para asfixiarlo con un abrazo de oso. Él quería quedarse con esa tonta idea, aún si no era verdad y resultaba siendo un bravucón que disfrutaba levantando las faldas de las niñas y robando almuerzos a los más débiles. Jimin admitía que esa idea del Yoongi golpeador le hacía un poco de gracia, hasta al punto de olvidar su tristeza y volver nuevamente su mirada hacia el más alto, que tenía su vista puesta en las solitarias calles de Seúl.
—Hey, Yoongi. Cuéntame cómo eras de pequeño.
El de pelos negros se sobresaltó tras el llamado y torció su mandíbula en dirección a Jimin, quién se había acercado lentamente hasta pegar sus muslos con los suyos para captar con atención lo que Yoongi tenía qué decir. O al menos tenía, porque los nervios le carcomían la cabeza y repetirse «no me gustan los penes» no hacía el efecto que solía hacer hace una semana.
«Cálmate, sólo está un poco cerca. No seas tonto—trató de tranquilizarlo su conciencia mientras Yoongi intentaba ingerir un poco de aire—. O mejor dicho: tonta, porque apartir de ahora tienes vágina, Daisy Cachetes Rojos».
—Pues menor, ¿no?—contestó nervioso y se cruzó de piernas para cortar el contacto entre la tela de los pantalones de Jimin y los suyos. Jimin frunció los labios.
—¡Eso ya lo sé!
—Jimin, ¿qué te dije de espiar en los archivos de la CIA?
Jimin trató de no soltar alguna especie de risa, pero le fue imposible. Yoongi era genial, aún si no hacía el mínimo esfuerzo por ser gracioso y sólo hacía uso del sarcasmo. Ojalá Jimin fuera como él; tan confiado y desinteresado.
Tras ver al pequeño reírse a carcajadas tapándose la boca con la manga de su camiseta, Yoongi dejó dibujar una pequeña sonrisa sobre su rostro. La tensión por fin se había perdido en el silbante aire, junto a los niños que comenzaban a tomar sus mochilas de la tierra e irse a casa a brincos alegres y sonrisas brillantes.
—Siento lo de hace rato. Debía salir de ahí.
—No importa, realmente no es de mi incumbencia.
—Pero no te dejé terminar tu helado y le mirabas con ganas...
—Por hoy lo dejaré pasar, estás de suerte.
El silencio volvió a marcar presencia entre ellos, siendo éste el único que reinaba en el parque pero no ningún otro lugar porque, en la mente de ambos chicos, los pensamientos surgían uno tras uno, como pilas de dominó amontonadas entre sí pero no derrumbadas sobre la mesa.