XXX. LE GUSTAS A JIMIN.

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Cruzó los dedos por debajo de la mesa. 

La situación era incómoda. Desde su asiento, Yoongi solamente podía observar la espalda de Jungkook frente a la cocina. Éste tomaba y dejaba ingredientes sobre la mesada, con frenesí. Y cuando no lo notabas, envolvía la espátula y la deslizaba por debajo de la carne.

De vez en cuando, Yoongi le echaba una mirada al comedor, el cual se unía con el living y daba a la puerta principal. Detrás de Yoongi, se podían ver los escalones que dirigían al pasillo, donde estaban las dos habitaciones y el baño. El lugar era bastante normal, pero aún así, no dejaba de ser más grande que su casa. 

Comenzaba a preguntarse si es que en donde vivía con su madre era la más pequeña en todo maldito Seúl, cuando Jungkook puso el plato con dos chuletas y fideos instantáneos a un lado. Y para venir de un chico, la comida no se veía nada mal, en especial ese jugo que hacía brillar aquella carne apetitosa.

Jungkook sirvió dos platos más en la mesa y tomó asiento a una silla de distancia a la de Yoongi.
La curiosidad de éste por el otro plato que reposaba a un lado suyo se esfumó en cuánto vio la comida servida al frente.

—¿Te sientes mejor?—preguntó él, evitando su mirada. Yoongi asintió.—Sé que la pastilla no sabía a caramelo, siento eso.

Yoongi se encogió de hombros. No esperaba ni un poco que supiese dulce y con buena textura, pero, si es del todo sincero, hasta el sabor del alcohol era mejor que el medicamento que se había tragado minutos atrás. ¡Es que parecía hecho de suciedad de hospital! 

Sus pastillas anti-depresivas eran asquerosas, sí que lo eran, sin embargo, se quedaban cortas con la aspirina para la resaca. ¿Cuál fue la lección que Yoongi aprendió? La de jamás volver a tomar en lo que le restaba de vida. 

—Min, ¿tú...—Jungkook se mordió el labio, nervioso—...llegaste a ver algo en el baño?

Yoongi sintió escalofríos recorrer su espalda y se limitó a negar con la cabeza. La notoria expresión de alivio en el rostro de Jungkook le causó una extraña sensación reconfortante, parecida a la gracia pero más tirando a la sorpresa. «Vaya, es humano», pensó Yoongi y observó a su compañero de clase hundir el tenedor en los fideos y llevarse el bocado a la boca.

Yoongi miró a su plato, titubeando si es que debía o no comer, porque no encontraba razones por las cuales hacerlo. 

—Puedo preparar algo más—sugirió el chico.

Y cuando Yoongi iba a mentir con el típico «no tengo hambre» de las chicas de su edad, un hombre de mediana edad tomó asiento en la silla vacía, entre ambos. Estaba vestido de camisa blanca, saco y pantalones azules, pero lo que llamó la atención de Yoongi no fue el no conocerlo, sino su corbata roja con lunares negros. 

El hombre tomó el tenedor que anteriormente había colocado Jungkook junto a su plato y lo clavó en la carne, levantándola y llevándosela a la boca. Un gesto de placer se dibujó en su rostro: el mismo de casi todas los días. Últimamente se quedaba dormido más de la cuenta, por lo que su hijo tenía que hacer el desayuno.

—¿Llamó el Doctor Yang?—preguntó el hombre, a punto de meter otro bocado a su boca.

—Su secretaria—aclaró Jungkook—. Dijo que él estaría disponible a la hora de siempre, así que no habría problema.

El hombre asintió con la cabeza y devoró el trozo de filete.

Yoongi mantenía la cabeza baja, fija sobre sus muslos y en esa tela celeste que, con el tiempo, le parecía que tiraba más a un azul de un día soleado, en los que los niños acostumbraban salir a divertirse y las madres los esperaban en casa, o en ocasiones, los vigilaban metros atrás. Los días así estaban llenos de sonrisas tristes, algunas alegres y otras preocupadas. Algo así como las del Jimin, los siete días de las semana. Solamente que el chico sabía disimular sus sonrisas y las hacía parecer a todas alegres. Las hacía parecer a todas del mismo tono brillante y pulcro. 

LA LOCURA DE MIN YOONGIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora