CAPÍTULO 37

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Intento pensar qué decir, ¿Cómo explicarle a Lorenzo que las fotos que nos hemos tomado en Colonia han sido publicadas en la revista de chimentos más amarillista del país?

—¿Isabella?

Levanto la mirada y veo a Regina de pie en la puerta. Estaba tan abstraída en mis pensamientos que no me he dado cuenta que ésta se había abierto.

—Regina... lo... lo siento. Estaba distraída —me excuso con torpeza.

—¡Oh! No se preocupe —Se mueve hacia atrás para permitirme pasar —. ¡Menos mal que vino! —El tono de preocupación en su voz no me gusta nada.

—¿Por qué? ¿Qué sucede, Regina? —El pecho se me encoge.
¿Ya habrá visto las fotografías? No lo creo... ¡Lorenzo no lee revistas de chimentos!

—Ay Isabella... realmente no sé qué sucede, pero el joven  Lorenzo ha llegado de la oficina directamente a encerrarse en su despacho.

—¿Está ahí todavía?

Regina asiente.

—Y he oído golpes provenientes de allí —afirma asustada.

—¿Golpes? ¿Qué clase de golpes?

—Como si estuviese tirando abajo toda la habitación, señorita.

¡Mierda! Definitivamente esto no es bueno. Para nada bueno.

Camino en dirección al despacho de Lorenzo. Ese en el que tan bien lo pasamos días atrás y ahora... dudo que la situación sea igual de placentera.

—¿Va a entrar, Isabella?—Regina camina detrás de mí y se detiene conmigo junto a la puerta.

—Sí. Lo haré —afirmo con aparente decisión. Por dentro soy un manojo de nervios.

—Tenga cuidado, señorita—dice Regina y su advertencia hace que se me hiele la sangre.

¿Por qué debería tener cuidado? Puede que Lorenzo esté enfadado... bueno, más que enfadado, pero no creo que sea violento conmigo.

Tomo una profunda bocanada de aire y doy tres golpecitos a la puerta.

Nada.

Vuelvo a insistir. Tres golpes algo más fuertes ahora.

—¡Pedí que no me molestaran, Regina! —Vocifera Lorenzo del otro lado.

—No es Regina... soy yo, Lorenzo—replico tranquila, con la esperanza de contagiarle algo de calma.

—¡¿Qué quieres?! —Es obvio que mi intento por calmarlo ha caído en saco roto.

Miro sorprendida a Regina. No esperaba que Lorenzo me hablase en ese tono. La pobre mujer suspira y niega con resignación.

—Lorenzo, por favor abre la puerta —vuelvo a insistir esta vez con más firmeza en mi voz.

Durante un instante sólo hay silencio. Aguardo a que me abra  y cuando pasan un par de minutos sin que ello suceda decido entrar aun sin su consentimiento.

Al abrir la puerta del despacho quedo petrificada.
El recinto está hecho un desastre.
Hay papeles y útiles de oficina esparcidos en el suelo, como si hubiesen sido tirados con violencia desde el escritorio.
Una silla ha ido a parar a un rincón y está dada vuelta.
Lorenzo se encuentra sentado en su sillón con la mirada fija en el vaso de whisky que tiene sobre el escritorio y hace girar entre su mano.

No me mira. Está concentrado en el movimiento del líquido ambarino dentro del vaso.

Carraspeo buscando su atención.

Deliciosa AdicciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora