Capítulo III

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John

No, no me estaba volviendo loco. Todavía seguía aturdido por los gritos de Paul, y me sentía incómodo al recordar cómo la ropa de mi mejor amigo se desgarraba... ¡la ropa! Eso sería una prueba que me ayudaría a demostrarles a los chicos lo que había pasado.

—Levántate, Paul—le pedí—. Muéstrales a George y a Ringo que no estoy mintiendo.

Paul se encogió de hombros e hizo lo que le pedí para después ponerse del mismo color que un tomate al ver que su ropa estaba rota justamente por la mitad. Lo más rápido que pudo, tomó la sabana y nos dirigió una mirada apenada.

— ¿Querías que viéramos el nuevo y extravagante atuendo de Paul?—el narizón comenzó a reírse—. Me parece que esos harapos no le sientan muy bien.

Lo miré mal. Abrí la boca para contestar cuando alguien cerró con fuerza la puerta por la que acabábamos de entrar. Los tres nos giramos para ver quién era.

Se trataba de Paul. El otro Paul. Eran tan idénticos que no sabría decir si la parte derecha o izquierda del sujeto que tenía enfrente era la que pertenecía al Paul original.

— ¿Acaso tengo algo en la cara?—preguntó, haciendo una mueca extraña. No contestamos—. ¡Basta! Sé que soy una obra maestra de arte, pero no me vean tanto.

El sujeto que acababa de llegar no lucía como el Paul que estaba en la cama, sino que llevaba una playera negra que le quedaba bastante holgada y un pantalón que ni siquiera sabía que mi mejor amigo tenía.

—Pero tú...—Ringo miraba alternativamente al Paul de la cama y al Paul de la puerta—estabas...

—Cagando—contestó el Paul de la puerta con naturalidad, alzando una de sus delgadas cejas—, ¿algún problema con eso, narizón?

—No le digas así—protestó George.

—Bueno, sólo lo dejo porque me parece que ya es chiste viejo—el Paul de la puerta se encogió de hombros—, pero de verdad tiene una narizota...me pregunto si el monte Everest será al planeta lo que tu nariz a tu cara, Ringo.

Quise reírme por su chiste, pero me contuve porque el narizón me agradaba mucho. Miré a George, quien tenía las manos en puño, dispuesto a defender a su mejor amigo. Lo importante no era pelear sino saber qué había pasado con Paul.

—Ustedes dos—señalé a ambos Paul, logrando captar su atención—. ¿Pueden explicarme qué acaba de pasarle a mi mejor amigo? ¡Hace casi una hora había un Paul gritando y dividiéndose como una maldita célula!

Ambos se encogieron de hombros.

—Paul...—George tomó al Paul de la puerta del hombro.

— ¡No me llames con ese nombre de apóstol bíblico barato!—pidió el Paul de la puerta—. Mi nombre es James, uniceja.

Harrison tomó a James de la cara y comenzó a enterrarle las uñas, como si quisiera quitarle una máscara; el sujeto soltó un gruñido y, de un puñetazo, mandó al guitarrista al piso, cosa que a su vez hizo que el Paul de la cama ahogara un grito.

Noté que la nariz de George estaba sangrando y sentí un gran deseo de darle un buen golpe a ese cretino para arruinarle su perfecta cara de bebé. Él no podía ser Paul, mi mejor amigo no era así. Quizá era un alienígena.

—Largo de mi habitación—James le señaló la puerta al Paul de la cama, le chasqueó los dedos hasta que salió y luego me miró a mí—. Largo, Lennon.

—Voy a descubrir qué pasó así sea lo último que haga, te lo juro, quizá seas idéntico a mi mejor amigo, pero no eres nada de Paul, idiota.

Al decir eso, salí de la habitación. Ese no era Paul, ni siquiera la mitad de lo que Paul era. Macca no sería capaz de golpear a George, a nadie siendo sincero. Mi mejor amigo era amable, no como ese cretino que ahora se había apropiado de su habitación. Tenía que recuperar a Paul.

Suspiré pesadamente y sentí que alguien me abrazaba con cariño. Un escalofrío me recorrió la espalda.

—Estás muy suavecito, Johnny.

The Other Me [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora