Capítulo XIII

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John

Había pasado una semana sin novedades. Ringo y yo nos turnábamos para ir a buscar en las bibliotecas mientras que George ya había hablado con todos los supuestos "brujos" de la ciudad, algunas veces íbamos juntos también. Pero ni todo lo que habíamos hecho había sido suficiente: seguíamos sin encontrar nada. Lo que había pasado con nuestro bajista era un misterio.

—Ya me cansé de buscar—Ringo dejó caer su cabeza sobre el libro de división celular que estaba leyendo y cerró los ojos—. Quizá debamos decirle la verdad a Brian, él siempre sabe qué hacer. Hasta en las situaciones más desesperadas.

—No—negué con la cabeza—, eso sería una tontería.

Un hombre se acercó a nosotros, estaba sonriendo. Tenía unos lentes muy oscuros que impedía distinguir sus ojos y un extraño sombrero lo hacía parecer mayor; pero los colmillos de Harrison eran distinguibles a kilómetros. Despedía un olor extraño, como a mayonesa McCormick, ¿o acaso sería Hellmann's?

— ¿Encontraste algo?—le pregunté, notando que traía una enorme bolsa negra.

—Claro—contestó George, mostrando sus colmillos—, había una oferta de comida a un par de calles de aquí, por eso me demoré. Tenían sándwiches de muchos tipos y no hablemos de los aderezos porque no terminaría de nombrarlos.

Le arrebaté la bolsa negra que traía y descubrí una docena de sándwiches dentro. Suspiré y se la regresé.

—A este ritmo nunca recuperaremos a Paul.

— ¿Y eso te parece mal?—preguntó George, ladeando su cabeza—. Porque creo que te llevas mucho mejor con una de las mitades que con el Paul completo. Siempre duermes en calzoncillos a su lado, él cuida de Julian y no deja de llamarte "Johnny".

—George tiene razón—dijo Ringo—, esa parte siempre es tierna y amable, pero contigo lo es todavía más. Y...queríamos hacerte saber que no tenemos ningún inconveniente respecto a tus preferencias, John.

—No sean ridículos—contesté, rodando lo ojos—. Solamente es mi niñera, es todo. No tengo nada con él ni lo tendré. Soy demasiado heterosexual para algo así, creí que me conocían.

—Es solamente lo que percibimos—dijo George.

—Pues creo que ustedes necesitan más que yo unos buenos lentes—no podía creer que ellos dos estuvieran haciéndome semejante acusación—. Mi relación con la mitad tierna de Paul funciona así: en tanto me haga de comer, no tenga que cambiar pañales sucios ni lidiar con los chillidos de Julian, no me interesa lo que quiera o haga.

—Suena como si lo estuvieras usando—añadió Ringo.

Me encogí de hombros.

— ¡Eso haces!—exclamó el cejón, como si acabara de descubrir que yo era un criminal—. ¡Te estás aprovechando de lo inocente que es!

— ¿Tiene algo de malo eso?—pregunté—. Es lo que suelo hacer con la mayoría de las personas que se portan demasiado bien conmigo: Cynthia, Brian, Freda. Lo saben bien y nunca me lo han referido, ¿qué hace que este caso sea diferente?

Ellos se miraron entre sí, pero no dijeron nada. Pasamos otro par de horas buscando algo que pudiera ayudarnos, pero comenzaba a creer que sería más sencillo encontrar una aguja en un pajar que la solución a este lío.

Después de un rato, miré mi reloj: ya era hora de volver a casa con Paul, le había dicho que sólo iría a comprar algo al supermercado. Me despedí de los chicos y salí de la biblioteca. Alguien me detuvo y me sujetó para arrastrarme hasta un callejón aledaño.

The Other Me [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora