Capítulo XXXVI

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George

Ringo y yo llegamos al número 7 de Cavendish Avenue casi a las diez de la mañana, después de desayunar y ver cómo "la familia Lennon-McCartney" se iba a dar un paseo con su nueva integrante. Al ver que John seguía las tonterías de Paul, sentí más deseos de que las cosas volvieran a la normalidad.

Estacioné el auto frente a la casa y revisamos nuevamente nuestros alrededores: no había oficial por ninguna parte; estábamos seguros.

Bajamos del auto y caminamos hasta la entrada de la casa. El auto de McCartney estaba estacionado en el terreno de la propiedad. Todo estaba en absoluto silencio, ni siquiera los pájaros estaban cantando.

—Bueno, ¿vas a llamar o no?—le pregunté a Ringo.

—Creí que tú lo harías.

—No, tú lo harás, Brian te lo pidió a ti.

Ringo rodó los ojos y suspiró, antes de acercar su mano a la puerta. Apenas tocó el objeto de madera ligeramente, descubrimos que no estaba cerrada. Fruncí el ceño y noté que el baterista también lo hacía. Ambos sabíamos que no era normal que alguien dejara la puerta principal de la casa abierta.

Y aunque parecía una locura: entramos.

Primero revisamos la planta baja, pero no encontramos ninguna señal de James. Al subir al segundo piso, descubrimos que alguien había derramado un extraño líquido que parecía ser agua sucia en el suelo; no se escuchaba ningún ruido. La casa parecía estar vacía.

— ¿Qué rayos es eso?—me preguntó Ringo, señalando la botella tirada en el suelo.

— ¡No toquen eso!

— ¿Jane?—pregunté.

—Estoy por acá—respondió la pelirroja.

Su voz había provenido de una de las habitaciones que tenían las puertas cerradas. Me dirigí a la correcta y abrí. Jane estaba en el suelo, atada de manos y pies. Lucía muy asustada.

Ringo la miró con sorpresa y se apresuró a desatarla.

—Gracias al cielo que están aquí—musitó, estaba casi llorando—. Creía que nadie iba a venir. James decía que este lugar era súper secreto y que ninguna persona vendría, pero se lo llevaron...y piensan hacer lo mismo con Paul.

Fruncí el ceño y la sujeté de los hombros, intentando hacer que se calmara un momento.

— ¿Quién se llevó a James?—pregunté—. ¿A dónde se lo llevaron? ¿Quién te hizo esto, Jane?

—No sé qué pasó—ella negó con la cabeza—. Pero tenemos que irnos. Ellos dijeron que iban a llevarse a Paul también. ¡Tienen que impedirlo!

Ringo y yo nos dispusimos a salir de la casa, pero Jane se apresuró a ir a otra de las habitaciones; así que no tuvimos otra opción más que acompañarla. El lugar apestaba como a un hospital. Había muchos líquidos de una variedad increíble de colores en el suelo que sentía que un arcoíris se había recostado para tomar una siesta. Jane estaba rebuscando en todos los cajones.

—Se llevaron el diario de James—nos dijo muy angustiada, como si la tercera guerra mundial estuviese a punto de empezar.

John

Le di a Paul su batido de plátano y observé cómo Martha mordisqueaba su suéter: la cachorrita ya había hecho un pequeño hoyo con sus nuevos colmillos, pero galletita seguía totalmente pálido por el susto.

— ¿Te sientes bien, Paulie?—toqué su frente para comprobar que no tuviera fiebre, me senté a su lado y besé su mejilla—. Escucha, sé que fue horrendo cómo esos hombres llegaron e intentaron llevarte; pero aquí estás. No voy a dejar que nadie te haga daño, ¿de acuerdo?

The Other Me [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora