Capitulo XI

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John

Desperté a muy temprano, cuando los primeros rayos de sol empezaban a filtrarse por la ventana; me di la vuelta para evitar que me llegaran a la casa. Paul estaba profundamente dormido, con la boca ligeramente abierta y con mi hijo sobre su pecho, bajando y subiendo al ritmo de su respiración. Me conmoví por la escena: ambos lucían como angelitos. Tomé a Julian con cuidado para colocarlo en medio de los dos.

—No te caigas, bebé—musitó Paul, más dormido que despierto, alargando su brazo para sujetar a mi hijo.

—Tranquilo, Paul—susurré—. Yo lo cuido.

—Cuida a mi bebé, Johnny...

Cuando dijo eso, me quedé helado. ¿Su bebé? Julian no era su bebé, era mío y de Cynthia. La parte tierna de mi mejor amigo se dio la vuelta, dándome la espalda por completo, su respiración se había vuelto a profundizar. A diferencia de él, mi hijo abrió los ojos y sonrió al verme, ocasionando que yo también sonriera. Acerqué mi mano y él tomó de inmediato mi dedo, sujetándolo con fuerza.

Muchas personas me criticaban por pasar muy poco tiempo con Julian, pero no era por falta de cariño ni tampoco había influido el hecho de que él hubiera sido producto de una botella de whisky; no pasaba mucho tiempo con él porque estaba ocupado con los chicos, además no me llevaba muy bien con los niños, y él no era la excepción. Nunca podía tener su atención por más de diez minutos, tampoco calmarlo cuando lloraba.

Mi bebé bostezó y luego soltó mi dedo para dirigir su manita al cabello de Paul. Le dio un estirón con fuerza, Paul soltó un sonido raro, bastante parecido a un gemido, pero no hizo nada más. Me fue casi imposible evitar reírme. Julian estiró una y otra vez su cabello hasta que logró despertarlo y hacerlo darse la vuelta.

—Buenos días, Johnny—Paul bostezó y me miró con una sonrisa tímida, sus cachetes estaban sonrojados—. Creo que al bebé le gusta jugar con mi cabello, estaba estirándolo.

—No, sólo le gusta molestarte—contesté, haciendo una sonrisa fingida—. Es mi hijo, algo debía sacar de mí, ¿no crees, Paul?

Él se encogió de hombros. Tomé a Julian y lo puse sobre mi pecho para intentar jugar un poco con él, pero no me puso mucha atención; mi bebé comenzó a ponerse muy rojo y a emitir quejidos. ¡Oh, no! Volví a ponerlo al lado de Paul y me aparté lo más que pude de él.

—Al bebé también le gustaría que lo cambiaras de pañal—le dije.

—Yo lo cambié anoche—se excusó, rascándose un poco la barbilla—. Ahora te toca a ti, Johnny. No es tan difícil, tú puedes hacerlo.

—Pero...mis manos no pueden tocar la suciedad de un bebé, Paul—le hice mi cara de súplica—. Además, no soy tan bueno cambiando pañales como lo eres tú, y a Julian no le gusta que yo lo cambie.

—Claro que le gusta, eres su papá.

— ¿Entonces no quieres cambiarlo tú?

—Te toca a ti.

Comenzaba a resignarme a tener que hacerlo cuando se me ocurrió poner sobre el tablero una carta especial que no podría fallar.

— ¿Ni siquiera porque yo te lo pido, Paulie?

Había hecho mucho énfasis en su nuevo apodo y casi pude sentir cómo el corazón de la parte tierna de mi mejor amigo se aceleraba mientras en su cara se dibujaba una sonrisa dulce.

—Está bien, Johnny.

Suspiré aliviado al ver que Paul se levantaba, tomaba las cosas necesarias de la mesita auxiliar y acercaba a Julian al borde de la cama para poder cambiarlo sin demoras. Con cuidado, bajó el pantalón de mi hijo y abrió el pañal. El olor a salsa de pañales llegó a mi nariz y me vi obligado a cubrirme con la sábana, ¿cómo era posible que los demás lo soportaran?

—Este regalito es más grande que el de anoche, Jules—dijo Paul con esa voz de estúpido que usaba con mi hijo—. Era especial para papá John, ¿no es así? Sí lo era, sí lo era, ¿quién es el bebé más bonito de todos?

—Yo lo soy, Paulie—dije, utilizando una voz bastante parecida a la que él había usado.

La parte dulce de mi mejor amigo me vio y se sonrojó hasta las orejas antes de sonreír tímidamente. De pronto, Julian se encargó de mojarle la cara y yo no pude evitar soltar una estruendosa carcajada. Paul no dijo nada, pero yo sabía muy bien que estaba muriéndose de la vergüenza.

—Listo—anunció, regresando a Julian a mi lado.

—Tendrás que limpiarte la cara y también eso—le dije, señalando mi playera del ejército que le encantaba usar de pijama porque, claro, yo debía dormir en calzoncillos, pero él no lo hacía—, no puedes ir a filmar una película así. No te me acerques hasta que lo hayas hecho.

Él asintió mirando al suelo, como si hubiese sido regañado, y luego se dirigió al baño a tomar una ducha. Hice una mueca al ver el reloj: yo también debía ducharme. Si queríamos llegar a tiempo, debía compartir la regadera con Paul. Bajé a Julian al suelo para que gateara y cerré la puerta de la habitación antes de ir al baño, confiando en que nada iba a pasarle al niño si lo dejaba solo un momento.

Entré al baño sin hacer ruido y comencé a quitarme la ropa. Me mordí el labio al ver que tenía una erección, odiaba tener ese problema en la mañana, aunque lo atribuía a la cantidad de días que llevaba a dieta de sexo y de tocarme. Suspiré y vi de reojo a Paul, quien estaba detrás de la cortina, antes de armarme de valor para entrar también.

— ¡Johnny!—prácticamente gritó, cubriéndose la entrepierna y volviéndose a sonrojar hasta las orejas—. Estoy bañándome... ¿qué haces aquí?

—Pues...también quería bailar un poco antes de ir al trabajo—me encogí de hombros—, es una buena idea, ¿no crees?

— ¿Desnudo?—preguntó Paul, viéndome de pies a cabeza.

Era extraño lo que sentía. Había estado desnudo frente a Paul y lo había visto desnudo antes, pero ahora me sentía... ¿incómodo?

—Hazme espacio y démonos prisa, ¿quieres?—me metí, empujándolo a un lado y dándole la espalda—. Hay que ahorrar agua.

Comencé a enjabonarme el cuerpo mientras Paul se enjuagaba el champú del cabello. Todo era perfecto hasta que la barra de jabón salió volando de mis manos y cayendo al suelo con un ruido sordo. Perder el jabón era de las peores cosas que podía pasarme. Con mi ceguera, nunca lograba encontrarlo con facilidad.

Maldije por lo bajo y me di la vuelta para intentar levantarlo; mi sorpresa fue muy grande al ver los grandes melones en todo su esplendor debido a que Paul se había agachado para recoger el jabón. Mi pene se puso más rígido cuando advertí que un solo empujón bastaría para violarlo. No, yo no le haría eso a Paul.

—Aquí tienes, Johnny—colocó el jabón en mi mano y se dio la vuelta para luego salir de la ducha—. Iré a cambiarme.

—Claro, Paulie, te alcanzo en un momento.

Lo que restó de la ducha me sirvió para deshacerme de la erección y para pensar mejor lo que acababa de pasarme. Me sentía raro, una parte de mí había querido ultrajar a Paul, pero no tenía sentido. A mí no me gustaban los hombres, y nunca había tenido curiosidad por estar con uno en el sentido sexual.

Era cierto que esa parte de mi mejor amigo tenía conductas extrañas, como los besos y los abrazos, pero no tenía por qué significar otra cosa. Quizá todo era parte de mi imaginación y la erección se debía a mi periodo de abstinencia. Sí, eso debía ser.

—No quiero nada con Paul—me dije en voz alta antes de salir de la ducha.

The Other Me [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora