Pólvora y política

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Cuando eres un dueño de una tienda de armas, a pocas cosas le temes. Desde ladrones a osos con rabia, una bienvenida abundante en plomo tiende a neutralizarlos.

Cuando eres un dueño de una tienda de armas y una abominación bicéfala entra discutiendo de política, a muchas cosas le temes. Como que tu mujer te haya drogado o, aún peor, envenenado para irse con un hipotético amante. Por supuesto, son miedos fugaces: toda infidelidad puede resolverse con plomo. El comerciante creía que si un problema no se resuelve matando suficiente gente y/o animales, es obvio que no vale la pena preocuparse por resolverlo. O aún no se mataron suficientes individuos. Cualquiera fuera la respuesta, eso se estaba acercando, y él se estaba tardando en apuntarle.

Al verlo preparar la pistola, Derecha decidió que era un momento adecuado para aplicar la base de toda guerra. La diplomacia.

—No se preocupe, somos clientes. Lo único que amenazamos es su malestar económico.

Izquierda se vio moralmente obligada a introducir su aporte en la situación.

—Y sus derechos, señor. ¿Sabía usted que mi hermano está en contra del aborto y de que los negros puedan votar?

El vendedor guardó su pistola de mano y, sobre su cabeza, ubicó su Gorra Para Discusiones De Clientes. Se reclinó en su silla de Llámenme Cuando Me Importe. y cerró los ojos. Las intercambios entre gente con diferentes visiones políticas eran moneda corriente en la tienda de armas. Y tampoco era la primera vez que un engendro feo le ofrecía hacer negocios: En el pasado había atendido a su suegro.

—Creo firmemente que los negros deben ser capaces de votar. Lo que dije es que sus votos no deben valer el doble y que aquellos individuos con el coeficiente intelectual de una papa deben perder el derecho.

Izquierda levantó una garra.

—Pero de otro modo no están adecuadamente representados.

—Me sigues hablando de representación, hermano, y te juro que me saco un título en física nuclear... ¡Y fabrico armas de destrucción masiva para usar contra tus queridas minorías, que los japoneses están sobre-representados en el tema de las victimas de armas nucleares y debemos ecualizar!

—¿No sería igualar?

—No, es un sueño utópico. Debemos hacer que todas las bombas suenen igual, y para eso deben matar la misma cantidad de pobres diablos. Una hermosa sinfonía de muerte.

—Estás enfermo.

—Y aún así me opongo tu medicina gratis.

Luego de un intercambio de términos acabados en "ista" y "zi" de parte de ambos, Derecha sacó dinero de la bolsa y lo puso sobre el mostrador.

El hombre salió de su trance al escuchar el tenue sonido del roce de los billetes. Era , para él, como el cantar de un ave. Un ave a la que más valía tener en mano que volando en cien pedazos.

—Si dispara, está a la venta. ¿Deseas algo pequeño, mediano, minas antipersonales...?

—Defensa invocacional. Supongo que es el equivalente a la personal, pero para lo que nunca ha nacido y/o sobrevivido a un aborto. Nos gustaría un arma ajustada a nuestro tamaño y limitaciones corporales.

Izquierda bufó. El comerciante sonrió y, contando la pequeña fortuna que la criatura le ofrecía, se quitó su gorra.

—Vuelvan mañana a primera hora. Les tomaré algunas medidas y discutiremos el producto. No vayan a la cárcel antes de concretar este trato, por favor.

Derecha rió. Fue horrible. Pesadillezco. Casi ilegal.

La obligada felicidad del nigromanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora