Cae la noche

31 9 5
                                    

Talassa se encontraba cuidando al experimento. Odiaba tener al vecino en la casa, pero Sinar se lo había pedido como favor, y a ella le gustaba aparentar que era una novia decente. La idea de que las relaciones románticas con curanderos eran indeseables le hacía rechinar los dientes. ¿Cómo se atrevían a decir tal barbaridad? ¿Acaso un poco de amor sincero cargado de ira, dolor y violencia* no vale más que doscientas relaciones vacías y efímeras?

*Si eres un hombre atrapado en una relación violenta, llámanos al 145 las veinticuatro horas del día. Nos aseguraremos de brindarte un nuevo hogar junto a otros en tu misma situación. En la cárcel más cercana, porque Algo Debiste Haber Hecho.

—Los dedos... me gusta tenerlos —comunicaba Arelbeinit, hipnotizado con las manos del mago que poseía.

—Admito que son apéndices útiles para una variedad de tareas.

—Comprendo sus usos. Eso no quita la extravagancia del diseño elegido por su creador.

—Soy atea. A los curanderos se nos prohíbe creer en dioses —acotó ella.

—Estamos tentados por saber la razón.

Talassa seguía sin acostumbrarse a los problemas que el experimento tenía con el idioma.

—Debemos hacer todo lo posible por salvar a nuestros pacientes. No tenemos a quién encomendárselos, a quién culpar de la muerte. Es mejor así, cargar con todo el peso. Te hace más fuerte, te vuelve más iracunda. Quienes mueran en mi guardia me romperán la espalda hasta el día que muera.

—No entiendo el valor que le entregan a la vida.

—Es... tiene bases biológicas. Nunca te engendraron, eres un constructo mágico, no lo entenderías.

Las sombras de Arelbeinit se crisparon. Esa amalgama de carbono tenía el atrevimiento de llamarlo constructo mágico. De tratarlo como inferior. Y eso no lo iba a tolerar. Era un manipulador de sombras. Era el manipulador de sombras. Las entendía, estaba hecho de ellas.

Se levantó de su silla y se dirigió a la terraza. La puerta estaba abierta, y la luz del ocaso se colaba en el hogar. La noche pronto llegaría. Y una vez estuviera presente, se aseguraría de que nunca lo dejara de nuevo. 

La obligada felicidad del nigromanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora