La vida del bosque

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Si cae un árbol en medio del bosque, y no hay nadie para escucharlo... es obvio que algo mantiene a la gente fuera del maldito lugar.

Lo que espantaba a los transeúntes era, principalmente, la falta de cobertura inalámbrica. No hay razón para conectarse con la naturaleza si no puedes compartir una foto para alimentar tu ego. Eso y que los puteapastos a veces iban a practicar por aquellos lares.

El antes nigromante estaba sentado sobre un tocón viejo, cubierto de musgo y hogar de insectos.

Estaba solo, y rodeado de vida. Se planteaba si era moral destruir algo tan hermoso. El conocer la belleza que se encuentra en lo muerto, aquella que todo practicante de las artes cadavéricas debe saber apreciar, no le ayudaba en lo más mínimo.

¿Cuántos arboles valía un año de juventud? ¿Lo odiaría la hojarasca resultante de sus acciones?

El tiempo se iba. Escapaba de todos los hombres. Cada segundo que dudaba estaba más lejos de sus sueños.

Se incorporó y alzó la cabeza. Observó el verde que desharía si llevaba a cabo su cometido.

Cayó de rodillas y puso su mano sobre un tronco cercano.

Una lagrima por lo perdido.

Otra por el sacrificio que cometería.

Y una última por la esperanza de recuperarlo todo. La juventud, el cariño de su ex... el tiempo para encontrar a su hijo.

Pensó en la que había sido su mujer, en la madre de sus hijos. Recordó los buenos momentos. E hizo magia.

Hilos de vida empezaron a fluir desde el árbol hasta su mano. Se arremolinaban alrededor de esta, convergiendo en una pelotita que latía con fervor.

Era del tamaño de una cereza. Las hojas secas empezaban a caer. Rodeado de una lluvia de nefasto ocre, absorbía el fruto de su macabra cosecha.

La culpa crecía en su interior. La vida era un continuo. Había iniciado una sola vez, hacía tres mil ochocientos millones de años. Y él estaba manipulando la mismísima esencia de algo tan antiguo. Muchos lo habían hecho antes... ¿Y qué con eso? ¿Acaso le restaba importancia a su crimen?

Claro que sí, por algo la humanidad había llegado a ese punto.

Y... ¿Cuántos días había robado de juventud?

Tal vez... se sentía... sí, dos semanas era una aproximación satisfactoria.

Unos veinticinco arboles más y habría rejuvenecido un año. Era un método ineficiente, le estaba quedando claro. Si dos semanas era el promedio por árbol, necesitaría unos quinientos veinte para ganar dos décadas de vida.

Pensó en dejar el lugar. De a poco, la paranoia de estar siendo observado y juzgado crecía dentro de él. Se colaba en su alma por las cutres rendijas que el tiempo había tallado.

Mas debía continuar. Si perdía tiempo, debería causar más muertes para recuperarlo. No había excusa para detenerse.

Cuando estaba drenando otro árbol, oyó que le gritaban.

—Hijo de recontra re mil putas sodomizadas, déjame al jodido arbolito en paz o vamos a tener problemas.

La obligada felicidad del nigromanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora