Jeuff daba órdenes a sus comandados. Le resultaba agradable su trabajo. Buena paga, compañeros agradables, horarios flexibles en su justa medida. Los frutos de su felicidad le mantenían en ese estado.
Cada tanto, sin embargo, una ex novia loca se colaba en la fábrica, blandiendo magia vengativa, buscando llenarle el culo de lucecitas a aquél que se hubiera atrevido a dejarla por ser una perra insufrible.
Ese era un día diferente.
La alarma era la de siempre. Los zombis de seguridad se movilizaban de la misma manera. Pero no estaban preparados para lo que se colaba en las instalaciones.
Contener a una mujer que estudió un poco de magia luminosa es incluso fácil, porque el odio puede derrumbarse, puede manipularse a alguien fuera del odio. Esto era diferente.
Los altavoces sonaron. La mayoría de los nigromantes estaban asustados. Jeuff solo se llevaba una mano a la cara y esperaba que llegara su receso.
La descripción del intruso le era familiar: Joven desquiciado con actitud totalitaria, caminar soberbio, altura deficiente y embestido en negrura. El interrogante de a cuantas ex despechadas equivalía Sinar en uno de sus ataques de locura no era algo que le agradara descubrir.
A medida que el manipulador de sombras avanzaba decidido,. a su alrededor un torbellino de tinieblas apuñalaba a los cadáveres que intentaban detener su paso. Varios metros detrás, un ser con un cañón miniatura montado en su espalda lo seguía , discutiendo política a dos voces.
Entre los sobrios pasillos de la fábrica se movían, acercándose de forma inexorable a la línea de producción donde, Sinar estaba seguro, Jeuff trabajaba.
Las puertas cerradas no eran problemas. O se abrían, o volaban al otro lado de la habitación debido a la presión de las sombras.
Los empleados vivos estaban aterrados. Sinar no iba a herirlos, pero ellos no lo sabían. El prodigio parecía ser un demonio, o un hombre sin nada que perder. Si se lo miraba a la cara, podía verse no solo odio e ira, sino todo lo que hace a un humano temible.
Y Jeuff continuaba mirando su reloj, esperando el receso. No iba a perder su bono de puntualidad por un capricho de su amigo.
Dosbocas estaba en una encrucijada. Ambas cabezas se preguntaban si apoyaban a Sinar o repudiaban sus acciones.
Derecha pensaba, por una parte, que su violación de las políticas de la empresa era inaceptable, pero un hombre buscando defender aquello que le importaba, aún con todas las consecuencias que romper la ley acarrea, es digno de admirar.
Izquierda, en cambio, casi babeaba por su ataque a tal símbolo del opresivo capitalismo, pero no consentía su indiferencia hacia los trabajadores.
Justo un minuto antes de que el receso tan ansiado llegara, Jeuff se encontró con la mitada de Sinar en una de las peurtas de acceso a la sala.
—¡Trae a los muertos, Jeuff. He causado que me arrebaten a Talassa, y necesito alguien que sea la voz de la razón en este caos!
Jeuff suspiró. Tenía que sacrificar su bono para no perder un amigo.
@7R
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La obligada felicidad del nigromante
FantasyLa magia es una damisela caprichosa. Si se la quiere usar para levantar un muerto, esta solo obedecerá a una persona feliz. Ese simple hecho lleva a Jeuff, un nigromante de clase media, a preocuparse ante la depresión de su maestro, causada por un c...