Letras oscuras

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Sinar terminaba de acomodar otra letra sombría en la pared cuando escuchó, el último día antes de que se cumpliera la semana, en aquella noche oscura, casi tanto cual futuro de curandero comprensivo, unos golpes en la puerta.

—¿Puedes ir a abrir?

—Soy capaz, si eso responde tu pregunta —respondió una voz femenina y llena de aspereza.

—Ve a abrir o no te ato a la cama por una semana, Talassa. Estoy trabajando.

—Ve tú y no cumplas tu amenaza, o te rompo cada uno de esos hermosos huesitos y te dejo los ojos tan púrpura como prosa de autor pretencioso.

—Más oscuridad en la cara de un manipulador de sombras. Otro paciente bajo el cuidado de una curandera. Ya estoy acostumbrado a tus golpizas, Talassa, por eso seguimos siendo pareja.

Ella bufó y, con paso pesado, se dirigió a atender al visitante.

Jeuff, solo al otro lado del portal, vio el serio semblante de la muchacha y se quedó perplejo.

—¿Sinar se ha mudado?—preguntó, con los ojos bien abiertos.

—No, mi novio está aquí. ¿Eres un tipo feliz?

—Soy un nigromante...

—Pasa o te hago pasar. Él te está esperando.

Un poco asustado, hizo caso a Talassa. Ella era la clase de mujer, alta y esbelta, que imponía respeto con una mirada. Si uno reparaba en sus brazos depilados, podía notar que había trabajo en aquellos músculos. Trabajo destinado a hacer que propicien fuerza explosiva, necesaria para atinar un buen golpe. La clase de golpe que agregaba dolor al respeto.

Al entrar en la habitación dónde se encontraba su amigo, una sin ventanas y cuya única puerta estaba al final de un pasillo zigzagueante sin espejos, vio las paredes llenas de sombras no proyectadas. Como manchas se encontraban allí, formando letras y números. No había un solo espacio de los muros que no se encontrara cubierto por textos, teorías, ecuaciones, lo que fuera. Incluso había un organo reproductor dibujado , mezclado entre la ininteligible sopa de teorías. Le añadía un ambiente familiar al lugar.

—¿Esta mujer es tu novia? —preguntó casi paranoico.

Sinar asintió con la cabeza.

—Nunca me dijiste que tenías una.

—¡No tiene ninguna obligación de decirte! —bramó ella.

—Sabes el estigma que tiene la sociedad con los curanderos. Sería cruel de mi parte y dañino para la relación airearla de ese modo.

—Oh. —Las piezas lentamente se acomodaban. Una novia curandera. Eso revelaba más de Sinar que de la muchacha.

Quería sentirse mal por su amigo. Una novia curandera. Hay tres clases de personas que salen con curanderos. Otros curanderos, quienes se odian a sí mismos y quienes tienen fetiches raros. Y Sinar no parecía la clase de persona que se vestía con tiras de cuero negro y apretados trajes de látex. No podía sentirse mal. Una de las primeras cosas que se les decía a los nigromantes era que nunca debían llorar en un funeral. Sus lagrimas debían reservarse para llorar de felicidad. Ningún necromante llora en un funeral, porque el que lo hace no puede serlo.

Prestó atención a las paredes. Teoría mágica. Canalización de sentimientos, ligaduras entre una emoción y la disciplina que la requiere, otro órgano sexual, un corazón con los nombres de los enamorados, y una lista con algunos tachones.

Tomando la decisión correcta, expresó su curiosidad sobre la lista, que no había leído en detalle.

—Son sentimientos que enumeramos. Ya anduve experimentando. La lujuria no sirve. Tal me ayudó con eso.

—No quiero imaginar cómo.

—Le rompí un par de costillas a golpes luego del acto... —agregó ella, con extraña calma. Le gustaba romper huesos ajenos casi tanto como curarlos.

—El dolor físico tampoco sirve. Ninguna sensación parece hacerlo. Mira que Tal tuvo buenas ideas, como la electrocución y la...

Ella se llevo un dedo a los labios. Tenía el ceño fruncido, como siempre. Sinar supo que debía callarse.

—¿Y qué parte tomo yo en todo... esto? —Junto con sus ademanes, la ceja enarcada de Jeuff denotaba que poco entendía los planes de su amigo.

Sinar no dejaba de contemplar la pared que tenía en frente.

—Bien. Empezaremos por cosas simples. Te preparé unos apuntes teóricos para que les eches un vistazo, te aburras, los dejes de lado y luego me mientas diciendo que los estudiaste. Me tomé la molestia porque no hay nada más difícil de matar que la esperanza. Y porque me sentiría mal si no lo hago. Por cierto, si quieres elegir un sentimiento, emoción o sensación para probar mañana, siéntete libre, para eso tengo la lista.

Repasó la columna de palabras por un rato. La inclusión de "el indescriptible placer de acariciar a un cachorrito que trasciende los límites de la mullidez" le pareció algo extravagante. Tanto que no se pudo negar a tenerlo como opción. Se tomo la libertad de , también, pedirle a su amigo que incluyeran el vértigo en la agenda de ese fin de semana.

—Tengo un amigo invocador, déjame ver si puedo concretar una cita para mañana. Haremos primero lo del cachorrito. Lee esa mierda.

—Amor, es viernes por la noche y ya le dijiste todo a tu amigo... —dijo Talassa con una voz impregnada en falsa ternura.

—Jeuff, quiero estar a solas con mi novia.

—Y yo no quiero estar en la misma habitación que tu novia. Nos vemos mañana ¿Pasas a buscarme?

—Sí, iré a tu casa con el invocador si logro una cita antes de las tres de la tarde. Espéranos más o menos a las once. A las ocho si lo agarro con ganas de trabajar. Te informaré. Tal, sé educada y ábrele la puerta.

—¿Sin abrirle la cabeza?

Y Jeuff se marchó veloz como gallo que encontró que la gresca era de pitbulls.

Una vez escuchó el portazo, Sinar se volteó a mirar a su amada.

—Admiro tu talento para inspirar temor en corazones ajenos al mío, amada mía.

—Y yo el tuyo para elegir amigos inútiles.

Un látigo de sombras apareció en la mano del mago, formándose a partir de lo que parecía ser la nada misma.

—Y también el que tienes para hacer juguetitos. Añádele tachas y soy tuya.

El látigo se transformó en un mayal hecho para ser blandido con una mano.

—¡Iré a ponerme mi armadura!— soltó Tal con inusual alegría.

Y así eran felices. Partiéndose la crisma con armas contundentes que Sinar fabricaba con un material inexistente, con ausencia de luz. De haber consistido la vida en golpear gente, Talassa hubiera sido la mejor de las nigromantes.

La obligada felicidad del nigromanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora