El mundo se apartaba ante los pasos de Sinar. Los arboles comenzaban a cambiar su dirección de crecimiento, el viento decidía que ir hacia otro punto cardinal era, de golpe y porrazo, prudente...
Y en verdad todo eran coincidencias que no tenían relación alguna con el pasar del manipulador por esa ubicación. Porque el mundo es así, porque al universo no le importa una fracción de comino lo que haga un hombre enojado.
En su fuero más interno, el joven ardía en odio. No toleraba la traición. Intentar apuñalarlo por la espalda o volarlo en pedazos, vaya y pase, es comprensible. Está básicamente implícito en toda interacción social. No obstante, arrebatarle aquello que amaba más que a la vida era imperdonable. Cuando encontrara a Arelbeinit, lo sometería. Y si se negaba a humillarse bajo su control, desgarraría sus tejidos del modo más doloroso que se le ocurriera. La sabandija había prometido ser un mensaje, un servidor. O cumplía en el final esa promesa, o sufría las consecuencias de romperla. La física no cambia sus leyes, un manipulador de sombras no rompe sus promesas.
Dosbocas discutía sobre temas relacionados a la sexualidad. Derecha tenía planes para avanzar el conocimiento científico de la humanidad. Como siempre, incluyendo el asesinato de personas que consideraba poco relevantes.
—No digo que haya que matar a todos los miembros de la comunidad lgbt, Izquierda, solo agarrar a unos cientos, electrocutarlos y ver si se ionizan. De algún modo hay que explicar cómo surgió el lgbt+, o catión homosexual.
—No es ético hacer eso, hermano. Son personas como todos los demás.
—Pero quizás el movimiento tiene una dualidad comunidad-mol. Eso volvería a cada integrante el equivalente a un átomo o una molécula. ¡Si alguno muere, beneficia a toda la sociedad!
—Hermano, la ciencia debe servirle al pueblo para combatir la opresión —protestaba Izquierda, mirando con desprecio a la otra cabeza.
—No, debe servirle a la verdad. Sea cual sea el precio de esta.
—¡Homofóbico!
—¡Comunista puto!
—¡Nazi!
Derecha levantó la pata abierta, con las garras agrupadas, una paralela a la otra.
—¡Heil!
Jeuff volteó para mirar la invocación. Segundo a segundo parecía que cada cabeza tomaba menos en serio a la otra.
—¡Nos van a linchar, por tu culpa nos van a linchar! —entró en pánico Izquierda.
—¿Ahora ves por qué la libertad de expresión es tan importante? ¡Muerte a los impuros!
El nigromante hizo que uno de los cinco muertos que se había llevado como custodios se acercara a amordazar a Dosbocas.
Y ocurrió un estruendoso disparo de gran fuerza. El cañón en la espalda de la criatura fe accionado con un rápido movimiento de la pomposa cola, dejando al zombi sin mano ni antebrazo.
Jeuff retiró la orden. Dañar más de lo necesario los cadáveres le costaría a su empleador demasiado dinero, y eso podía llevar a su despido. Y, con ello, un mal antecedente en su curriculum.
A todo esto, Sinar continuaba escrutando cada pequeño detalle del panorama, buscando a su creación.
—¡Talassa! —llamó asertivo, al pensar por un instante que ella podría estar cerca.
El silencio fue la única respuesta.
Gritó y gritó, perdiendo la paciencia. No había respuesta que no fuera gente tirándole zapatos para que se callara.Luego de media hora, Sinar se dejó caer de rodillas. Quería llorar. Las sombras que lo rodeaban volvieron a su posición natural.
—Debería haberla preservado, guardado. En un bunker, una caja fuerte para mujeres... lo que fuera —se lamentaba.
Talassa era todo lo que valía la pena en el universo. ¿Y si ya no estaba? ¿Qué objeto tenía seguir?
No.
No podía responder esas preguntas. Le faltaba el tiempo. La debilidad no era un lujo que pudiera darse.
No viviría de esperanzas, pero le arrebataría a la desgracia una victoria de las manos.
Se incorporó y alzó una mano hacia el cielo estrellado. Las tinieblas comenzaron a condensarse a su alrededor, formando una espesa neblina.
¿Qué es una sombra, sino un mensaje?
¿Qué es un mensaje, sino una orden?
Cada proyección en las cercanías se evaporó y se elevó por el aire. Nubes negras danzaban sin cesar, aguardando ser útiles.
Se elevaron en arremolinadas secuencias, solo para luego dispersarse sobre la ciudad. Cada puñado llevaría un mensaje que inscribiría en un suelo o en alguna pared. O en donde pudiera.
El prodigio recitó las palabras que se esparcirían por toda la ciudad, dejando una negrura que los humanos solo podrían ver cuando una luz la contrastara, pero un ser como Arelbeinit detectaría
—Devuélveme a Talassa o dedicaré mi existencia entera a cazarte.
Ni cinco minutos pasaron desde que las primeras sombras empezaron a dejar sus mensajes que una nube, diferende de las de sinar, se posó ante él. En ella podía leerse un mensaje claro:
Ven y arrebátanosla, creador. Aguardaré por ti en el parque central. Estoy... dispuestos a negociar.
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La obligada felicidad del nigromante
FantasyLa magia es una damisela caprichosa. Si se la quiere usar para levantar un muerto, esta solo obedecerá a una persona feliz. Ese simple hecho lleva a Jeuff, un nigromante de clase media, a preocuparse ante la depresión de su maestro, causada por un c...