El deber de una curandera

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En el centro de la ciudad la noche se sentía eterna. Y no había ningún dragón violeta que la detuviera. Cuerpos cubiertos por completo de sombra biológica se movían como uno, conectados por una oscura red que emulaba al micelio. La masa de cinco ex individuos buscaba crecer, nutrirse. Dominar.

Emboscaban personas despistadas, o débiles, y, cubiertos por el velo de las altas horas, los parasitaban. Sombras a la parte trasera del cuello, unos segundos de acción y... presto, un nuevo integrante para la simbiosis.

Otra alma flotando en la infinita penumbra que inundaba sus cabezas. No era vacío, aquel tenía ciertas características. Por ejemplo, el vacío interior era evadible por momentos. Diversiones, placeres de la carne, comidas altas en grasas. Uno podía escapar, correr un poco. Descansar.

Pero la sombra era inacabable. No importaba hacia donde voltearan, en qué pensaran. Esta no menguaba.

Allí estaban, en las eternas marejadas de un océano de negrura. Incluso el mago de luz estaba inutilizado en tal medio. No podía acceder a su odio, a su fuente de poder. Arelbeinit lo acaparaba. Gozaba de derechos de administrador.

Y los demás, bueno... no disponían de armas contra las sombras.

Y había un murmullo, una plegaria que se transmitía allí. Un pacto cuyos débiles ecos resonaban en cada ente, molestando a Arelbeinit.

A partir del día de la fecha, yo, Talassa Etis, juro que mi ira no será utilizada para atentar contra el humano, o , en su extensión, otras formas de vida inteligente. Respetaré los aciertos de quienes me antecedieron, y rectificaré, en la medida que pueda, sus errores. La palabra de mis maestros no es santa, salvo la del dolor, que siempre dejaré actuar en su justa medida, porque no hay verdadero aprendizaje cuando se lo elimina. No dejaré que entre mi paciente y yo se interpongan barreras ideológicas, y no causaré al mismo daños que no sea capaz de revertir. También prometo intentar no volver a destruir la máquina de café de mi lugar de trabajo, así esta se trague el cambio.

Ah, y, en mi caso particular, prometo hacer lo que esté en mi poder para alejar a mi novio de sus ideas genocidas.

La obligada felicidad del nigromanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora