V

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—No tenías que venir hasta acá —dijo Malia, mirando sospechosamente a Scott en frente de su casa bajarse de su motocicleta.

—No estabas contestando el teléfono —observó Scott, trotando hasta ella quedando a centímetros de distancia.

—No puedo ayudarte. Ahora no.

—¿Y si te dijera que eres lo único que me queda?

—Tú no quieres mi ayuda.

—Lo que haya pasado entre nosotros...

—Estoy hablando de algo que va a suceder —lo cortó—. Algo que voy a hacer. Y no te voy a agradar después de que lo haga.

—¿Es por eso que oigo dos latidos de corazón allá adentro? —hizo una pausa, tratando de descifrar qué era lo que Malia le ocultaba—. ¿Y por qué el tuyo late tan rápido?

—Scott, vete a casa. Hannah te ayudará, a su manera. Ambos sabemos eso. Pero yo... yo no puedo. No puedo ayudar.

Malia cerró la puerta tras de sí, y esperó unos segundos para que se fuera. Al poco tiempo, alguien tocó la puerta.

—¿Scott de nuevo? —preguntó Braeden, enarcando una ceja.

—No. Yo la llamé —respondió Malia, abriendo la puerta revelando a Hannah. La rubia se hizo los lentes de sol que llevaba puestos a la cabeza apartando el cabello de su cara y les sonrió a ambas chicas como saludo.

—Bueno, ¿dónde está a quién vine a ver?

—Ahí —señaló Braeden con su arma, a un tipo amordazado en una silla amarrado a ella. Hannah se acercó a él, y se arrodilló a su altura. Le quitó la cinta de la boca para dejarlo hablar. 

—¿Crees que puedes hacerme hablar? —Se burló el hombre—. Soy Spetsnaz. Fuerzas especiales soviéticas. En combate, matamos a nuestros heridos. Pueden arrancarme las uñas, cortarme los labios con navajas y aun no diré nada.

Hannah sonrió.

—Mi nombre es Hannah. Parte de la manada de los Sokolov, antes de matarlos a cada uno de ellos. Le arranqué el corazón literalmente al último hombre que me sobreestimó  y con un extraño gusto por quemar cosas —ladeó la cabeza—. Ahora, vas a decirme todo lo que sepas.

—¿O qué?

—Empezaré desde aquí —dijo, señalando su entrepierna con el encendedor en su mano—. E iré subiendo y subiendo hasta llegar a... Bueno. Cuando termine de quemar tus pelotas, estarás suplicando que te mate así que háblame bonito si no quieres que lo haga. ¿Comenzamos?

—¿Estás hablando en serio? —balbuceó Malia.

—Llamaste a Hannah Mancini —dijo Braeden, como si fuera obvio—. Aquí la tienes.

Hannah sonrió. Y le comenzó a bajar los pantalones al tipo.

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—La loba del desierto fue vista por última vez cerca de la frontera canadiense. No viaja por avión. Se mantendrá alejada de las cámaras de vigilancia cuando pueda —les informó Hannah, entrando a la habitación de Malia. En algún punto, esta última y Braeden se habían encerrado ahí para alejarse de la sala de tortura.

—Entonces aún tenemos tiempo —concluyó Braeden.

—Hay otra razón por la que no vuela. No está viajando sola.

Killing /teen wolf |running #5|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora