Prólogo.

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Nos encontramos una noche en el bar que yo acostumbraba, ella estaba sola en la barra del lugar y yo me acerqué con el alma rota y los sentimientos cocidos en lágrimas lúgubres.

Pedí una copa de güisqui con hielo, sin soda. Ella tomaba vino y, como por instinto, telepatía o destino, alzamos las copas y brindamos por no sé qué y cuando éstas chocaron en el aire, con sonido timpánico, supimos el resto sin saber porqué.

Me dijo su nombre, no lo recuerdo; que estaba ahí ahogando las penas en la bebida para reprimir las ganas de ahogarse en una soga, debajo de un árbol. En sus arrugas se le miraba el descontento y en sus ojeras se manifestaba el sufrimiento. Era una mujer de esas de una sola pieza, lo supe desde que me cruzó las piernas para que yo le viera los ligueros e intentara seducirla para llevarla a mi cama. Esperé un poco más para eso, pues creía que había algo más de ella que me llamaba la atención y que ese algo era mucho más importante que penetrarle mis ansias y besarle los sollozos que el pasado le había tatuado en cada espacio de la piel.

Mientras me contaba su vida, la notaba más hermosa. Actuaba tal cual una mademoiselle de aquella Francia del siglo catorce, con sus modos adecuados y refinados, pero sin dejar por un lado el coqueteo, rayando en la elegancia y la seducción. 

Me hipnotizó las tristezas con el movimiento de su mano para introducirse la pipa de carey llena de tabaco cubano -lo supe por el olor- que sostenía en su mano derecha, mientras me contaba con dureza de su violación a los dieciocho y me lamía la nostalgia con su tez digna y repuesta.

No sabía explicarme o describir a aquella mujer maravillosa que no sabía de donde había salido, ni porqué en unos cuantos minutos se había llevado en saco de botín y sin pedir permiso, toda mi confianza. Sólo sabía que confiaba en ella y que, aunque era mayor que yo, me atraía con la misma pasión que una joven de veinte. Me atraía, más que su físico, su historia, sus modales, su fuerza, su vigor y su entrega a la tertulia. Me devoraba los sentidos con su plática amena y su conocer fluido con cada palabra que salía de sus labios bien pintados de carmín del barato. Mes estremecía su olor a gardenias, su fascia resplandeciente ante la inminente madrugada.

Yo, por mi parte, no lograba enlazar los pensamientos para traerlos al exterior, era tal el efecto de esa dama en mí. La vida me encontró cara a cara con lo que nunca soñé experimentar y ahí estaba yo, invitándola a ella a pasearse por mi cama con la misma fluidez con la que me habló de sus pesares y calmó los míos con paños de agua tibia, mojados en la experiencia.

La invité a tener sexo. Cuando terminamos, pagué la cuenta y de propina le dejé mi corazón...

Jul/07/17

Cíclope.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora