Ella es perfecta: nació en un número Fibonacci y desde entonces no ha hecho otra cosa que ser brillante.
Es diferente: le gustan las rosas, pero no le obsesionan cortadas, ama el ser natural y la raíz.
Ella es tierna: juega con la almohada y habla con los peluches que su papá le regaló cuando era niña; le regala chocolates al gato de su casa y le acaricia las patas al perro del vecino.
Ella es mar, es la sal de su hogar y su sabor inunda cada día que pasa, desde su existencia hasta hoy; es el Phi, más que el Alfa.
Ella es trece veces la divina proporción, el número áureo de mis horas desde que la conocí.
Ella es amor, y le pinta corazones a la carátula de su cuaderno de trabajo, y habla como niña y actúa como niña -en los brazos adecuados- y miente acerca de su edad y suspira con los detalles pequeños.
Ella está en los pétalos de las margaritas, que al final siempre dicen que si; ella es la relación entre Vitruvio y girasol. Es ciencia en su más puro estado.
Ella es así, es tan perfecta, que nació en un número Fibonacci.
Ella es trece veces mayor que el sol, tiene tres corazones para dos amores de su vida: en el tercero estuve yo...
La musa perfecta para Leonardo de Pisa.