Quedan restos, recuerdos, archivos, hojas de papel, besos apurados y otros tantos que no nos dimos. Quedan promesas, cigarrillos que no me viste fumar, soledades compartidas y lágrimas que no me atrevo a llorar. Quedan sueños rotos, hijos que no nacerán y una casa que no será construida, al menos no para ambos. Quedan cenizas de años, que se gastaron al compás de nuestro mal amar, quedan discusiones que nos van a extrañar, caricias, emociones, besos a escondidas. Queda más que el rastro de todo lo que no seremos nunca más, queda el suplicio de estar en la misma vida que vos, la inminente posibilidad de encontrarte algún día y no saber qué hacer. Queda el miedo a saberte ajena, miedo a que le entregues a otro lo que un día a mí, que vayan a los mismos lugares juntos, que se hagan las mismas promesas, que se reconcilien de la misma forma, que le hagas saber, como otro día a mí, que es el amor de tu vida, que se engañen de igual manera. El miedo, puto miedo. Quedan las horas, los viajes, los abrazos compartidos. Queda el tiempo que no deja de pasar. Quedas vos, tu belleza, tu sonrisa, tus besos, tus detalles. Queda la luna que un día nos cobijó y hoy acompaña mi soledad. Quedan las sábanas que compartimos, el amor que nunca hicimos, quedan las ganas, los besos salados, la necesidad de necesitarte. Quedamos, vos y yo, nuestras metas juntos, nuestra boda, las múltiples formas de felicidad del futuro, los desayunos que no me harás, la ropa que no me verás vestir, quedan las mañanas que no vamos a compartir, los álbumes de fotos que no serán tomadas, las calles que no volveremos a pisar tomados de la mano. Quedan los restos de nuestros restos, de lo que fue y no será, de la nada que me llena esta noche, de la nada que dejaste en mi interior. Quedan las canciones que no te compuse, los parques que no visitamos, las mentiras que no pude decirte, los bofetones que no me darás, los pecados que no vamos a cometer ya más. Queda la ropa que no estrenarás para mí, los nombres de hijos que no nos tomaremos la molestia de pensar, las borracheras que no me soportarás, y mis noches de insomnio que no aliviarás. Queda justamente eso, nada dentro de nada. Queda justicia, quizás, divina o qué se yo. Queda la iglesia donde me dijiste que si, donde quizás te casarás con otro. Queda el Dios que te unió a mí y que probablemente bendecirá tu amor con él... Queda el egoísmo, el orgullo. Queda el mar que no me llevarás a conocer, los ocasos que no vamos a compartir, quedan los días de campo que no tendremos, las cenas que no comeremos, los presupuestos que no haremos. Quedan y quedamos... los días de lluvia tras la ventana del cuarto de la cual huiríamos, quedan los días de trabajo que no nos contaremos, el presente que ya no será nuestro y pasará a ser más libre de lo que imaginamos, quedan tantas cosas que no sé dónde guardarlas. ¿Qué hago con tanto?
Quedan los cuentos que no te leeré, las novelas que no veremos acostados en el sofá, los besos de buenas noches que no te daré...
Y más que todo eso, quedamos vos y yo, en el mismo mundo, en el mismo espacio y eso es algo que jamás sabré manejar. La necesidad de tenerte a mi lado, de que me digas que todo está bien, que nada es tan difícil, que todo es mejor si vos estás. Quedan y quedamos. Por siempre quedamos...