17. El beso

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Anne se encontró delante de la cueva de los 40 ladrones. El atardecer todavía dejaba ver algo de luz y color. La entrada no era tan grande como había imaginado. De pronto, alguien le tapó la boca y la puso contra una pared de roca.

- Identifícate- dijo una voz en susurros.

- Anne...- dijo ella temiendo lo peor, a pesar de que solo era un sueño.

- Anne...

El extraño la soltó. Ambos llevaban capas y la capucha puesta. Él se descubrió la cabeza y Anne le reconoció, lo que hizo que ella también se quitara la capucha. El aura misteriosa que la capa ofrecía a Edward hizo que el corazón de Anne latiera más deprisa. Empezó a enrojecer y rápidamente se cubrió con la capucha, agachando la cabeza para ocultar su rostro. Edward tampoco pudo evitar asombrarse por el toque misterioso que la capa proporcionaba a Anne y cuando ella se cubrió, se dio cuenta de que la estaba mirando y se cubrió también.

Respiraron para relajarse y concentrarse en lo que debían hacer a continuación. Empezaron a oírse ruidos en el interior de la cueva. Entonces, Edward comenzó a explicar rápidamente:

- En este sueño soy uno de ellos. Si no quieres que te maten o te hagan cualquier cosa peor, sígueme la corriente.

Anne tragó saliva, asustada. Asintió. La puerta de la cueva se abrió, con un "ciérrate sésamo" se cerró y los ladrones se encontraron a Edward tirado en el suelo encima de Anne.

- Rubio, ¿qué haces? Nadie puede conocer este escondite- habló el jefe.

- No te preocupes, es solo por esta noche, me encargaré de que no pueda contarlo- contestó Edward.

- La próxima vez no las traigas tan cerca.

Dicho aquello, el jefe lideró y los ladrones montaron en sus caballos, alejándose.

Anne estaba roja de vergüenza pero también pálida por el miedo. Sentimientos encontrados burbujeaban en su interior. Edward la miró a la luz del último rayo de sol antes del anochecer.

Anne sentía que la cabeza le daba vueltas por falta de oxigenación del cerebro. Su corazón latía más deprisa de lo que ella podía respirar.

- Ya se han ido... ¿Me dejas levantarme?- preguntó ella a media voz, tímidamente, lo que tuvo el efecto en los oídos de Edward, que seguía sin quitarse de encima.

- ¿Príncipe Edw...?

Las palabras de Anne fueron interrumpidas por un repentino beso en sus labios. Ella estaba atónita. No sabía cómo reaccionar. Si seguirle la corriente o si pensar en la situación que se encontraba. Edward abrió los ojos y vislumbró su cara aterrada y la razón volvió a su mente. Rápidamente se incorporó, pidiendo disculpas por su rudeza. Se llevó la mano a la nuca, sintiéndose mal por la impresión que había causado, pero en su interior no se arrepentía de nada. Tendió una mano para ayudarla a levantarse. Sin soltarle la mano, hizo una reverencia y se la besó.

- Y con esto hago una excepción de cortesía. Ahora no soy el príncipe, soy un ladrón en este sueño. Y tú una infiltrada. Pero te ayudaré- dijo guiñándole un ojo. Entonces se dirigió a la entrada de la cueva y exclamó- ¡Ábrete sésamo!

La cueva les abrió paso y entraron. Ante ellos se extendía una gran acumulación de tesoros de todo tipo, cada cual más valioso. Pero en vez de comenzar la búsqueda del anillo inmediatamente, cada uno estaba absorto en sus propios pensamientos, distraídos. Tanto, que olvidaron cerrar la cueva detrás de ellos.

Los ladrones regresaron a la cueva y la encontraron abierta. El jefe se llenó de ira y entró rápidamente para ver a quién tenía que matar. Entonces vio a Edward mirando a su alrededor.

- Jefe, encontré la puerta abierta y estoy buscando al que pudo haberse infiltrado aquí- explicó él.

- ¡Buscad todos!- ordenó el jefe, que no sospechó de Edward en la oscuridad.

No encontraron a nadie y tuvieron que marcharse. Como iba con ellos, a Edward no le quedó más remedio que coger su caballo e ir con ellos. Todo ese tiempo, Anne había estado abrazada a él, oculta bajo su capa. Edward se fue el último con el caballo para que no vieran que Anne estaba sentada tras él, bajo su capa.

- Cuando yo te diga, te bajas del caballo como puedas y te tiras a la hierba- le dijo el príncipe.

Al pasar por un prado, no muy lejos de la cueva, Edward ordenó al caballo ir más despacio y de pronto frenó, tirándose al suelo y señalando a Anne para que hiciera lo mismo. Él la cubrió con su capa y dio un grito de dolor. Los ladrones le vieron y el jefe se detuvo.

- No os preocupéis por mí, seguid adelante. Cuando descanse un poco, volveré a levantarme y como nuevo.

- Está bien, pero traeré vendajes por si acaso cuando volvamos. Espéranos aquí. Volveremos antes del amanecer- decidió el jefe.

El caballo volvió junto a Edward y el resto se marcharon. Edward destapó la capa y se encontró a una Anne acurrucada junto a él, inmóvil. Sonrió y la abrazó.

- Ya pasó. Lo has hecho bien.

Ella se relajó y se sonrojó. Se sentía tan bien cerca de él que podría quedarse ahí para siempre. El hecho de que fuera el hermano de Dave no redujo la atracción que sentía, de hecho, le veía más alcanzable que cuando era el misterioso príncipe en el mundo de los sueños. En ese momento, le veía más humano. Aún no se hacía a la idea de que era hermano de Dave. En algún otro momento se lo preguntaría.

Edward se dio cuenta de que el abrazo estaba durando más de lo previsto y sorprendido, se dio cuenta de que quería quedarse así un rato más. Luchaba entre su cabeza y sus desesos. Su cabeza le decía que fueran a la cueva, su corazón quería más del calor de una mujer a su lado, harto de estar siempre solo.

"No, debo encontrar esa compañía en la nueva reina, no en ella...", pensó, tratando de autoconvencerse. Un pensamiento fugaz pasó por su cabeza pero lo desechó rápidamente: "No quiero a esa reina".

Antes de que pudiera reaccionar y apartarse de Anne o decirle algo, se dio cuenta de que ella estaba dormida, lo que significaba que en el mundo real, ella había despertado. Suspiró, dándose cuenta de que debía posponer la misión por un tiempo. La sostuvo entre sus brazos hasta que se desvaneció y Anne abrió los ojos en el mundo real.








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