14. De esas compañías.

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Summer

Miro con enojo a mi padre, porque no tengo otra mirada para él. Selig está sonriendo con su cabello rubio bien peinado, siempre está sonriendo. No sé si tiene algún problema en ese área de su rostro o algo así. Pero lo que me tiene más molesta es que mi padre lo ha invitado a cenar con nosotros.

Está sentado en una de mis sillas, de mi comedor, comiendo la comida de mi abuela, hablando con mi padre. Y sí, todo eso me tiene molesta.

—¿A qué te dedicas, Selig? —pregunta mi abuela.

—Por favor, madre —dice papá—. ¿Acaso no es suficiente con saber que le dará una buena vida a nuestra Summer cuando sean marido y mujer?

—No soy como tú, yo no soy cretina.

Selig se remueve incómodo por las palabras de mi abuela, pero aún así decide contestar.

—Trabajo en la empresa de mi padre, la cual está asociada a la de su hijo.

—Ah, tan frío y seco como él —la abuela dice con una mueca—. ¿Eres así?

—No, no —Selig sonríe—. Seré amoroso con ella.

Me señala. Ruedo los ojos de manera muy, muy exagerada. Sé que estoy actuando como una mocosa, pero esta situación me resulta ridícula.

—Apenas sabes mi nombre —digo—. ¿Cómo es que puedes decir que serás amoroso? Esa palabra viene del verbo amar, cosa que no pasará aquí.

Jim mira con recelo a Selig, no lo conoce y eso le causa incomodidad.

—Cuando te cases con mi hija, podrás echar a la calle a esa cosa —mi padre señala a Jim y yo estoy entre espantada y furiosa—. Haz con él un estofado si así lo deseas.

—¡Ya basta, él no es parte de nuestra familia y no creo que lo llegue a ser! —exclamo, me levanto—. Tú no puedes darle esas muy, muy absurdas atribuciones que no le corresponden.

—¡Basta para ti, Summer! —grita—. Este muy honorable caballero será tu marido, hará de ti todo lo que deseé y no tienes por qué poner objeciones a ese.

—Vaya mierda en la que me has metido —le digo y él se espanta por mis palabras, ahora mismo no quiero cuidarlas—. ¿En qué siglo crees que estamos? ¿En el diecinueve?

—Así es como debe de ser una buena esposa y no como tu madre —dice—. Con sueños de ser artista.

Lo fulmino con la mirada, la ira corre por mis venas.

—No menciones a mi madre, tú eres muy poco hombre para ella.

—¡Respétame, soy tu padre! —grita y se para de un salto.

Alza la mano, va a golpearme. No le temo, yo no le tengo miedo. Jamás pasará eso.

—Golpéame —lo desafío.

—¡Basta, Summer! —grita.

Intento calmar mi respiración, estoy tan cansada y estresada.

—Te casarás la próxima semana.

—¿Qué? —Selig y yo lo miramos fijamente.

—Así como lo oyen —dice—. Me encargaré de todo, ustedes sólo elijan su vestuario.

Empiezo a reír sin humor, me siento tan ofendida por alguna razón. Me siento mal y atrapada.

Salgo de casa con Jim, mis tacones suenan en el pavimento. Marco el número de Kaleb y él contesta al instante.

¡Enamórate, Kaleb!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora