19. Límites de lo ridículo.

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Summer

Mi cuerpo se relaja ante el contacto de agua tibia, el olor del incienso me gusta y las uvas verdes congeladas me gustan aún más. La espalda me está dando molestias en este último mes.

Ha sido todo un mes y medio de no ver a Kaleb, desde que me casé con Selig tuve que venir a Atlanta y salir de aquí no es tan bello porque por todos lados tengo a alguien que me vigila.

Selig no es malo, de hecho se ha comportado muy bien. Es agradable como amigo, él ha logrado entender que no puedo sentir nada por él, pero me calló la boca al decirme que tampoco puede sentir nada por mí.

Selig es gay.

Sus padres le obligaron a casarse porque son personas a la antigua, que un hijo gay les parece de lo más enfermo y vergonzoso, ¿y qué mejor manera de cubrir la verdad con una esposa?

Me ha empezado a doler todo el cuerpo, me duele aún más la espalda. La navidad está a la vuelta de la esquina y he intentado de mil formas convencer a mi padre de que me deje volver a casa para esas fechas.

—Summer, la cena está lista —me dicen desde afuera.

Abro los ojos y me enderezo, Rachel es una mujer de la edad de mi madre que nunca pudo tener hijos. Papá la contrató para que nos atendiera y la verdad es que me llevo de maravilla con ella.

—Ya voy —respondo.

Salgo de la tina y me cubro con una salida de baño, esas prendas que usan en las películas. En mi habitación me visto de manera abrigadora porque el invierno no perdona.

En la mesa está Selig hablando con un chico que ha sido su mejor amigo desde que eran niños y ambos están enamorados. Yo apenas puedo hablar con Kaleb porque siento que hay oídos en las paredes y mi padre de todo se entera. De hecho, nunca me cree nada y el único que pudo hacerle creer la mentira de que hubo acción en la noche de bodas fue Selig porque es evidente que en mí no confía ni una migaja.

—Oh, Summer —Selig sonríe—. Elijah dice que te manda saludos.

Sonrío y pone la llamada en alta voz, la voz masculina de Elijah suena.

—¡Cuida de mi hombre, River!

—Tú tranquilo, yo nerviosa —le respondo y escucho su risa por el alta voz.

Después de unos segundos Selig cierra la llamada y nos disponemos a comer, Rachel come junto a nosotros y nos cuenta historias sobre su esposo que falleció hace un par de años.

—Él siempre quiso tener hijos —dice—. Pero yo era la del problema, eso nos trajo muchas complicaciones pero al final se quedó junto a mí porque comprendió de que él no era el único que sufría.

Siguió hablando y seguimos atendiendo, ella nos agrada mucho.

—Siendo jóvenes —nos llama—. ¿Cuánto creen que dure el amor?

—Años —responde Selig con duda.

Le sonrío a Rachel y respondo:

—El amor dura tanto como lo cuides.

—Exacto.

Esa noche me quedo sola en la habitación sin ver televisión porque la espalda me da molestias a cada instante. Otras partes de mi cuerpo me están doliendo también, como el busto. Pero con un masaje de Rachel en la espalda se ha de pasar, porque ella me quitó el estrés que sufrí la primera semana en este lugar.

Mi celular suena y veo la pantalla, Kaleb está esperando que conteste.

—Tienes que dejar de hacer esto —le digo cuando contesto.

¡Enamórate, Kaleb!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora