Capítulo II La mañana de Lizzy Benett en Seldfridges

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¡Te ves guapo!, pensó Lizzy,  observando sonriente como había quedado arreglado el maniquí que vestía con la nueva ropa de la temporada de verano de Thomas Farthing. Intentaba desanudar un par de zapatillas para ponerlas en el pie de plástico y terminar por fín de decorar la vidriera de uno de los locales más populares de las galerías Selfridges en Londres.

Justo como le quedaría este traje a Bret, confesó odiándose, no podía dejar de pensar en él. Un empresario  al que había estado frecuentando en los últimos meses. ¿Podía existir un ser tan engreído, fastidioso y al mismo tiempo irresistible y atractivo? La respuesta vino como una flecha a su cabeza, ¡sí!, eso era posible, ella había tenido el gusto y el desagrado de conocer a una persona así ; y de tener que soportar su compañía en los últimos tiempos, una auténtica pesadilla, una perdida de tiempo total, una injusticia para sí misma.

Durante las últimas semanas en la decoración de vidrieras de verano para las que había sido contratada, aunque lo intentaba no podía evitar vestir a los maniquís hombres como si lo vistiera a él. Todo remitía  a él y a su recuerdo, a pesar de no verlo muy seguido, lo llevaba con ella a donde fuera y era humillante pero real.

Si se proponía utilizar la creatividad en otra dirección era inútil, nada fluía.

Se había levantado especialmente contrariada esa mañana, pensando en su vida y en sus comportamientos en los últimos meses. Pensando en la desprotección que sentía por llevar meses atrapada en una relación "free" con la que ella no encajaría nunca, con un hombre que no valoraba nada de lo que ella era.

Faltaban pocos días para su cumpleaños número treinta y se preguntaba seriamente si sería cierta la teoría de la crisis de la edad.  Se veía detenida en una relación que jamás iría a más y ella lo sabía de sobra. Con un hombre atractivo, ambicioso, pero que no veía en ella nada más allá de su cuerpo y alguna charla ocurrente en alguno de todos sus encuentros.

Bret, no la quería para nada más que pasar el tiempo y era momento de dejarlo pasar. Ella necesitaba que algo nuevo la movilizara, necesitaba en su vida algo por qué seguir. Mientras terminaba su tarea pensaba en el  sentido de la vida y  e intentaba recordar  un poema de un Alemán ¿Cuál era su meta más alta en referencia al amor?, se preguntaba,   ver a ese presumido de vez en cuando, no debía ser,  eso tenía que terminar. Su celular no paraba de sonar, mientras terminaba de anudar las zapatillas en el maniquí leyó varios mensajes con el celular apoyado en el piso.

Uno era de Bret ¡Tres malditas palabras! ¿Eso es todo lo que tiene para decirme?. Elizabeth estaba enfurecida. "¿Nos vemos hoy?", ni hola, ni cómo estas, nada de nada. No pudo evitar sonreír mientras leía, ¡Ahí estás nuevamente, tan predecible, buscando llenar conmigo tu tiempo libre, no volveré a verte nunca!,  presuntuoso, engreído, se ahogaba en sus pensamientos. ¿No volveré a verlo nunca?,  se preguntó y  sonrió, ¡no volveré a verlo nunca! aseveró en su pensamiento  y se dijo a sí misma. ¡Nunca!

Algo de amargura corrió por su cuerpo. Ahora sí era una solterona típica de clase media en Londres a punto de cumplir los treinta.

Guardó su teléfono mientras terminaba de organizar sus cosas para dar por concluida su tarea.

Era feliz haciendo su trabajo, decorar y trabajar con el arte la conmovían y alegraban su alma en esos días. Levantó la vista y se encontró con unos ojos celestes increíblemente atrapantes que la observaban desde los probadores del local. Por unos instantes se quedó detenida en esa mirada, que hubiera por cierto ruborizado a cualquiera. Pero,  ella no era cualquiera; y si había algo para lo cual estaba entrenada era para disimular sus sentimientos.

¡Qué mirada!, pensó, mientras una extraña sensación de placer se apoderaba de todo su cuerpo. Hacía años que no le pasaba algo así, esa grata impresión de cautivar a alguien guapo con la mirada, era toda una novedad.

El sueño de William DarcyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora