Capítulo XXVIII Tristeza y alegría dos caras de una misma moneda

1.2K 135 34
                                    

_Elizabeth tienes que bajar un momento,  tu padre te  espera para hablar _dijo la Sra. Bennet desde la puerta y sin levantar la voz, estiraba el cuello y movía los ojos de un lado al otro para mirar si Lizzy aún tenía el anillo puesto, ¡ese avaro es capaz de habérselo quitado!, pensaba, pero no decía una palabra al respecto, sabía que no era un buen momento.

Elizabeth estaba acostada, acurrucada como un bollito, se escondía,  se sentía sin fuerzas para nada, y menos para oír a su madre, eran casi las once al mañana, había llegado pasadas las ocho cuando sus padres aún no estaban levantados y se había sumergido en su cama. No paraba de llorar y suspirar, mientras dormitaba de a ratos.

_No iré a ningún lado, no hay nada que hablar, ¡por una vez en tu vida déjame en paz!_ dijo Lizzy levantando la voz y escondiéndose bajo las sábanas nuevamente.

_Esa actitud no te llevará lejos, si tu padre quiere hablarte algo habrá para decir, le diré que suba, el sabe manejarte, yo no lo he logrado jamás, eres una caprichosa, ese es su gran merito, consentirte hasta convertirte en esto. No atiendes el teléfono que no deja de pitirrear, al menos apágalo,  ten compasión_ ya estaba la Sra. Bennet lista y preparada para el discurso cuando escuchó un grito.

_Madre te lo ruego ¡hoy no puedo soportarte!_ Lizzy rompió en llanto.

_Me voy y es seguro que no vuelva en todo el día, prefiero irme a las galerías con Paul, que estar aquí viendo cómo te acuestas sin resolver nada y cómo me maltratas, tu padre te espera te lo he dicho varias veces.

_¡No bajaré!_gritó Elozabeth.

_¡Tú sabrás!

Espetó  la Sra. Bennet y camino por el pasillo, entre dientes balbuceaba, es una consentida, le salen mal sus cosas y yo que solo quiero ayudar soy la que salgo maltratada, que niña desconsiderada, no debo de sorprenderme porque lo ha sido siempre, desde pequeña. Movía sus manos de un lado al otro y hacía gestos con sus ojos y sus labios.

Al verla bajar sola y un tanto alterada el Sr. Bennet decidió subir, entró en la habitación siligilosamente y se sentó en una butaca junto a la cama.

_ ¿Qué quieres papá?, no quiero que me veas así_ la  voz de Lizzy sonaba cálida con él, aunque realmente se sentía mal.

_Ponte mejor entonces_ dijo el Sr. Bennet sonriendo.

_¡No puedes sonreír en este momento!_ comentó Elizabeth tapandose la cara con la sábana.

El teléfono de Elizabeth sonaba sin detenerse y ella no pensaba atenderlo.

_ ¿No piensas dejar esa maldita manía de no responder a los llamados? Te ganas enemigos día tras día_ dijo su padre con un gesto de complicidad.

_No atenderé, dejaré que me llamen, nada me importa hoy, o mejor dicho lo que me importa no aparecerá en una llamada telefónica.

El Sr. Bennet se acercó al teléfono, y miró de quién eran las llamadas insistentes, William, William, William, mensajes, llamadas, avisos, Jane, Charlotte, los de siempre pensó y sonrió:

_ Te llama el millonario, si lo amas tanto atiéndelo, no entiendo qué haces aquí Elizabeth, deberías estar luchando por ti, ¿amas a ese hombre?

_Muchísimo padre, pero ¿qué puedo hacer? _dijo Lizzy pensativa.

_Pelear por tu amor, atiéndele el teléfono ve y háblale, explícale tus razones, no puede pretender arrastrarte a sus locuras millonarias, los abogados no pueden manejarlo, su padre ha muerto, su hermana se está divorciando, las cosas cambian, no se trata de llevarle la palabra a un muerto ante cualquier circunstancia. Todos deben entender esta nueva realidad, tú no debes pagar sus cosechas viejas, ya demasiado tendrás con las nuevas.

El sueño de William DarcyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora