Capítulo 5: Clase de francés

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El almuerzo al fin culmina. Y yo sigo necesitando un baño. Todos nos levantamos de la mesa para despedir a nuestros invitados. Me acerco a Ofelia y le propicio un beso en la mejilla y ella acaricia mi rostro.

—¡Que buen mozo eres! —Sonrío en respuesta a su cumplido, sintiéndome incómodo por enésima vez. Mi hermano bufa por lo bajo—. Vos también sos muy lindo, Juan Cruz.

Me causa gracia su expresión. Le doy un buen a apretón de manos a Don Justino y me dirijo a la señorita María, la saludo con un beso como hice con la señora Ofelia.

—Me debe una charla —susurra acercándose a mi oído. Me alejo y ella enmarca una sonrisa en el rostro.

¿Qué quiere de mí esta mujer?

Mis padres la acompañan hacia la entrada y se quedan conversando un poco más. Mientas yo tengo que soportar las burlas del inmaduro de mi hermano. 

Voy hacia la cocina y veo a Delia cocinando algo en el fuego.

—¿Qué está haciendo ahora?

—¡Coño la madre! —insulta y pega un salto—. Me ha asustado, mi niño. Anúnciese antes por el amor de Dios.

Su expresión me da gracia, es inevitable no reír. Ella pone sus brazos en sus caderas con la cuchara de madera, todavía en su mano e intenta parecer indignada.

—Perdón, solo venía a pedirte agua caliente.

—En un momento se la subo.

Entro a la habitación y mis dibujos siguen esparcidos por todos lados. Recojo uno por uno y los deposito en el cesto de basura. La rabieta de hoy temprano me ha salido muy caro. Me dan pena tirarlos, pero ya no sirven más.

Al cabo de un momento Delia viene con un tacho de agua caliente con la ayuda de Jorge.

Por fin respiro. El agua está exquisita y relaja cada parte de mi cuerpo.

Cierro los ojos apoyando mis manos a los costados de la bañera, me sumerjo un poco más, hasta que el agua tapa mi rostro. En mi mente aparecen imágenes al azar de Lucas, de sus labios, sus manos y su suavidad de apoderan de mi cuerpo.

¡No!

Esto es realmente una tortura. Salgo del agua y me dispongo a cambiarme, solo me pongo el pijama. Mi domingo aburrido y monótono pasa desapercibido.

Voy al escritorio y comienzo a garabatear, sonrío al ver la forma que toman mis dibujos.

Delia me ha traído la merienda, ha hecho preguntas sobre mi estado de ánimo en reiteradas ocasiones. Y una vez más, he respondido "nada". Nada que lo incluye todo, que abarca todo y todo es él; mis pensamientos, mi confusión y por sobre todo: mi pecado.

La noche yace en todo su esplendor y la oscuridad de mi habitación me calma. Apenas hay un poco de luz, que proviene del pasillo.

Saco el rosario que está debajo de mi almohada y comienzo a rezar, lo entrelazo en mis dedos, me arrodillo a un costado de la cama y comienzo con mi plegaria.

—Perdóname, Dios, porque he pecado —susurro, cerrando los ojos—. Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén.

Me persigno y trato de borrar con toda mi fuerza la imagen de Lucas que aparece una y otra vez.

Golpean la puerta y me exalto.

Hacia el camino de la perfecciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora