¿Y quién robó mis años?
Cambio a toda esta familia por un segundo con vos.Gustavo Cordera.
Me aferro fuerte a la pared. El frío congela mis huesos, no duele, no molesta, no se siente nada, absolutamente nada hace tiempo ya.
Ni siquiera una sensación placentera. Absolutamente nada, ni dolor, ni remordimiento por mis acciones, por mis actos o pensamientos.
Ni plenitud, ni el deseo imperioso de morir. No hay extremos en mí. No hay nada en mí. Quizá años anteriores quería terminar con mi vida y hoy ni siquiera eso me motiva. Quizá sea la persona más egoísta del planeta. Quizá me convertí en todo eso que siempre desprecié.
Él me sigue penetrando como todas las noche que paso por este callejón mugroso, me recuerda donde estoy parado y lo miserable que me encuentro. El whisky amortigua el frío que llega hasta los huesos. ¿O es la pena? ¿O es la tristeza, que cala hondo en mí?
El pasillo está húmedo y sucio, hay algunos gatos maullando desinteresados, despreocupados. Una reciente llovizna ha mojado mis botas de gamuza y mi gamulán se siente húmedo.
Clavo mis uñas en los ladrillos cuando llega al fondo de mi interior. Me embiste una vez más, y se aferra a mí con fuerza tomando de los cabellos. Lo hace una, dos, tres veces y culmina en mi interior vacío y gris.
Todos deben parecerse a él, y eso me ha sentir más miserable aún, más patético e infeliz.
Me acomodo la ropa subiendo mis pantalones, saco de mis bolsillos un cigarrillo y lo prendo.
—¿Quieres tomas una copa? —Niego con la cabeza terminando de abrochar el cinturón con el pucho en mis labios.
—Cada día te comprendo menos.
—Te pago para otra cosa, Ulises. —Le entrego unos billetes e ingreso a este antro mugroso. Voy directo al baño y me higienizo como puedo, lavo mi cara y me observo en el espejo y este me devuelve la imagen de un pobre. Un infame, un infeliz.
¡Me aborrezco!
Pego zancadas cruzando el salón, no quiero que nadie me vea, agacho la cabeza y me choco con Ulises.
—¿Estás bien, Jeremías? ¿Quieres que te acompañe?
—Te lo agradezco, pero estoy bien.
—¿Cuándo regresas por aquí?
Estiro mis brazos y me hundo de hombros negando con la cabeza.
Me volteo y salgo hacia la calle, camino hacia el mismo callejón que ahora yace vacío. Pongo las manos en los bolsillos y vuelvo a prender un cigarrillo, le pego una pitada larga y honda. Intentando que la angustia no gane esta batalla.
Cruzo la avenida desierta y miro mi reloj en mi muñeca y marcan casi las doce de la noche.
Llamo a un taxi y este me deja en la puerta de mi edificio. El chófer insiste en hablar aunque no entiende la indirecta, ya que mis respuestas son todas monosilábicas.
Entro sin mirar voy a hacia el ascensor. Mis acciones están en automático, todo lo hago por inercia y por memoria.
Saco las llaves de mi pantalón y para mí sorpresa la puerta se encuentra abierta.
—¿Dónde has estado? —Grita Justina con la pequeña en brazos. Ernestina se asusta al escuchar los gritos de su madre y comienza a llorar—. Te he hecho una pregunta.
Le saco a la pequeña y comienzo a cantarle una dulce canción, esa misma que cantaba Delia para mí. Ignorando los reclamos de mi esposa.
—¿Cómo estás pequeña? ¿Qué haces despierta a esta hora?
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Hacia el camino de la perfección
Historical FictionUna familia estrictamente religiosa, con padres ligados a la alta sociedad. Jeremías un adolescente, retraído, inteligente y por sobretodo; tímido. Conocerá el amor, en el lugar menos pensado y con la persona menos indicada. Y tratará...