Epílogo (segunda y última parte)

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No he pegado un ojo en toda la noche, esta casa es una verdadera tortura.

Bajo por un poco de agua y me quedo en la cocina. Mis pensamientos oscilan erráticos de un lado a otro. Intentando darle algo de forma a todo esto. Al pedido de Delia, mis niñas y lo felices que se ven aquí, a mi hermanita. En definitiva todo.

Escucho unos ruidos y voy directo a la sala. La puerta se abre y aparece mi padre con un pequeño maletín en la mano.

—Hola, papá.

—¿Hijo?. —Suelta lo que tiene en la mano y viene hacia mí; sorprendido, confuso y dubitativo.

Me abraza con efusividad opongo resistencia pero luego de unos minutos lo abrazo también. Antes de separarnos nos palmeamos varias veces la espalda. Mantengo la compostura lo más que puedo y sé que está haciendo exactamente lo mismo que yo. Se aleja un poco de mí y me vuelve a inspeccionar.

—¿Cómo estuvo el viaje, hijo? —Cuestiona para romper el hielo.

—Tranquilo, papá. Gracias —respondo lo más cauto que puedo.

—Que grande estás, Jeremías. Cuánto pasó de la última vez que te ví.

Mucho.

—No hay palabras para decir lo mucho que me arrepiento de no haber estado cuando más me necesitaste.

—Ahora no, papá.

—Venga, hijo vamos a mi escritorio —invita.

Cruzamos la sala y nos dirigimos al escritorio.

—Debes estar cansado, yo me retiro mejor.

—Venga, hijo. Tome una copa con su padre. Ya tendré tiempo en descansar.

Me acomodo en unos de los sillones de cuero negro.

Mi padre saca de su bolsillo una lata con varios cigarros ya armados e inclina su cabeza a mí y me invita uno.

—Se lo agradezco —digo y tomo el cigarro.

El clima en este cuarto está demasiado tenso. Mi última vez aquí fue... cierro los ojos y suspiro con pesadez.

—Jeremías, ha pasado tanto tiempo que no hemos tenido la oportunidad de hablar —
interrumpe mis cavilaciones—. ¿Cómo es posible que de todas las cartas que te he enviado solo has respondido a tres? No lo culpo, hijo.

—Yo... —Miro hacia mis dedos sin saber que decir.

—Hijo. Escúcheme. Yo no tengo palabras para decirle cuánto lo siento. Cuánto es que me apena que haya sufrido de esa manera. —Él se acerca al estante de roble donde hay varias bebidas. Sirve un vaso de whisky y me lo entrega.

—No lo sientas, papá. Es es parte del pasado.

De mi pasado que intento enterrar todos los malditos días de mi vida.

—Ya pasó. Ahora ya soy otro. Formé una familia. Ellas están aquí conmigo.

—Hijo, sé que no pasó. Sé que lo amaste mucho y sé muy bien que él también lo hizo.

—Ya está, en serio. Fue una aventura que salió caro, muy caro. No significó nada —Intento convencerlo y convencerme a mí también.

—Siempre supe que tenían algo muy especial. Sé que te duele hablar de él, hijo. Lo sé y lo lamento, lo lamento mucho.

Mis ojos se cristalizan nublando mi vista y cerrando mi garganta.

Él viene a mí y me abraza no quisiera llorar pero lo hago. Desde que pisé esta casa mis sentimientos están a flor de piel. Y lamentablemente todo, todo me recuerda aún más a él.

Hacia el camino de la perfecciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora