—Está bien, dejame decirles que no vas a bajar.
—Gracias, ¿Y el abuelo? —pregunto, de inmediato.
—Cenó hace un rato. Estaba muy animado, me ganó al truco en dos oportunidades. Es un gran mentiroso —comenta divertido.
Sé que todo lo que está haciendo el abuelo es conformar a su entorno. Sé que está sufriendo.
—Jeremías, deberías comer algo —habla amable.
—No tengo hambre.
—Sé que todo esto es muy difícil —se acerca a mí—. Pero no va a cambiar nada el que no comas. Si querés podemos comer acá, ¿Te parece?
Me acaricia la cara y no quiero que lo haga, voy a sucumbir otra vez si me sigue tocando.
¡Maldito marica!
Eso es lo que soy un maldito marica.
—Está bien. No quiero bajar, Lucas.
—Te entiendo. En un ratito vuelvo.
Me quedo una vez más solo en la habitación y voy hacia mi valija y me encuentro con mi libreta y mis lápices.
La llevo a mi regazo comienzo a garabatear, por el momento son solo líneas inconexas, dibujos abstractos. Y por alguna razón que desconozco la paliza de mi madre vienen a mí. Recuerdo lo asustado y frágil que me sentía. No recuerdo el motivo de sus golpes. Su mirada y sus manos en mi pequeño cuerpo. El abuelo me encontró en un rincón hecho un ovillo, limpió mi cara y me abrazó fuerte. Arrancando todo el miedo y la humillación de ser golpeado por tu madre.
Golpean la puerta y el sonido que produce los nudillos de Lucas en la madera me traen a mi realidad.
La abro y lo encuentro con dos platos en las manos. Y detrás de él aparece Elvira con vasos y una jarra de agua en una bandeja.
Elvira me dedica una sonrisa amplia, es una mujer vieja, muy vieja. Tiene demasiadas arrugas y su andar es demasiado lento. Teresa es nieta de esclavos que vinieron con los colonizadores hace varios años.
—Tu abuela accedió a que comas aquí, Jeremías —expresa ella.
La abuela siempre accede.
—Gracias.
Ella asiente conforme y se retira.
La comida huele de maravilla y por alguna razón pienso en Delia. La extraño.
Lucas acomoda todo en la cama y nos disponemos a cenar.
—No estás probando bocado, Jeremías.
—Lucas, por favor. Tengo el estómago cerrado. Todo esto es muy difícil. —Me quedo unos segundos en silencio—. El abuelo me dijo que está muriendo —cuento con la voz quebrada—. Lo sé, sé que está muriendo, por eso estamos aquí, pero es muy duro que lo haya exteriorizado así. No estoy listo para verlo partir.
Muerdo mi labio, en un puchero atorando mi llanto.
—Vení. —Tira de mi brazo y me siento en su regazo. Acaricia mi espalda y yo me acurruco más él—. Me duele tanto verte así. Haría cualquier cosa para que nada de esto sea cierto y que no derrames nunca más una lágrima.
—No sé cómo ayudarlo, ¿Qué debería hacer? —Hablo con la voz quebrada en la comodidad de su regazo.
¿Cómo es que no estuvimos así antes? ¿Cómo es que me pasé mi corta vida sin él?
—Quizá él solo quiere tu compañía lo que le resta de vida. Sé que es difícil, pero tené algo por seguro que yo voy a estar atrás tuyo, ayudándote.
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Hacia el camino de la perfección
Historical FictionUna familia estrictamente religiosa, con padres ligados a la alta sociedad. Jeremías un adolescente, retraído, inteligente y por sobretodo; tímido. Conocerá el amor, en el lugar menos pensado y con la persona menos indicada. Y tratará...