Capítulo 39

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Abro la puerta de la parroquia, sin ninguna intención, ni siquiera la esperanza de poder verlo. No sé si lo voy a encontrar, pero por alguna razón me encuentro aquí.

En el altar se encuentra un hombre que se voltea de inmediato al escuchar el crujir de la puerta.

-Buenos días, muchacho. ¿En qué puedo ayudarle? 

Su voz es pausada y amable.

Tiene un atuendo similar al de Lucas, pero éste a diferencia, tiene puesto el cuello.

-Solo pasaba por aquí... -expreso un poco incómodo, refregándome el brazo.

-Siempre es bueno venir a la casa del Señor.

Agacho la cabeza y junto mis manos.

-Si no le molesta, hijo. Tengo cosas que hacer.

-No sé preocupe, gracias.

Me siento en los últimos bancos y miro hacia ambos lados, pero él no aparece.

Me quedo unos minutos más, largos minutos y me convenzo que esto es una perdida de tiempo.

El venir hasta aquí... y...

¿Qué esperabas, Jeremías?

No sé qué esperaba.

Lo cierto es que no quiero regresar y ni siquiera tengo el dinero para hacerlo.

Pongo mis manos en los bolsillos y me siento tan desprotegido, tan solo.

Camino por las calles de tierra, llenando mis zapatos de polvo.

-¡Jeremías! -grita, escucho mi nombre fuerte y claro.

Me volteo y Lucas viene a mí a paso firme.

-¿A dónde vas? -cuestiona, arrugando la frente. Creo que está reprimiendo una sonrisa.

-Ciertamente, no lo sé.

Sus rulos están más cortos, su apariencia es más apacible, más amable incluso. No sé dónde quedó la pinta de rebelde que tenía tiempo atrás.

-¿Querés que vayamos a comer?

-No sé, es qué... ¿Podés?

-Por supuesto que puedo, Jeremías. Paso después de las doce. ¿Te parece?

-¿A dónde vamos a ir?

-Sorpresa -expresa.

Y ahí está su mirada pícara. Reprime una sonrisa y me mira fijo. Trago saliva y me lo quedo mirando. Se muerde el labio inferior y a mí se me seca la boca.

-Mejor me voy, Jeremías. No me voy a poder resistir a tu mirada un minuto más.

Dibujo una sonrisa y las esperanzas renacen en mi interior, aunque sea un mísero almuerzo.

Voy hacia la pensión y me encuentro muy nervioso, me refriego las manos un poco sudosas y armo el último pucho con el escaso tabaco que me queda.

Doy vueltas en la habitación como si fuese un león enjaulado.

Decido calmarme, estoy tan nervioso y ansioso.

Saco mis cosas y comienzo a garabatear, la imagen de Lucas desnudo y haciéndome el amor aparece en mi mente. Cierro los ojos disfrutando de ese dulce y reciente recuerdo.

Van a ser las dos de la tarde y Lucas todavía no aparece.

Mis esperanzas al igual que mi ánimo caen en picada.

Hacia el camino de la perfecciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora