Capítulo 29

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Roberto al escuchar los gritos me suelta y sale corriendo como el buen cobarde que es.

Él se acerca a mí.

-¿Estás bien? ¿Te lastimó?

Yo estoy paralizado y mudo momentáneamente.

Solo niego con la cabeza.

-Esperame acá -dice un poco fuera de sí.

-Por favor no hagas nada, Joaquín -expreso tomándolo del brazo.

-Está bien me quedo aquí. ¿Quién es ese tipo, Jeremías?

Con mucha vergüenza me acomodo el pantalón y el resto de la ropa.

-Es el capataz de la finca y el amante de mi madre. -Creo que ese último dato no era necesario.

-¿Estás bien en serio? -Se acerca a mí e intenta tocar mi rostro y yo esquivo su mano. No soporto ningún tipo de contacto.

-Por favor, no me toques.

Siento ardor en mi mejilla.

-Perdoname -expresa apenado-. Deberías hacer algo.

-¿Hacer algo?

-Vengarte, te ofrezco mi ayuda. Esto no puede quedar así ¿Cómo se le ocurre hacerte algo de esa índole? ¿En qué estaba pensado?

-No lo único que te pido es que no se lo cuentes a nadie. No quiero que nadie sepa lo ocurrió aquí.

Siento más vergüenza yo que el maldito degenerado de Roberto.

-Está bien, pero no te entiendo.

-No tenés que entender, Joaquín. Solo hacé lo que te pido -expreso con fastidio-. ¿Y, qué haces aquí?

-Te vine a ver, Delia me comentó que andabas por aquí. Deduje que tuviste una semana difícil y no te quise incomodar. ¿Podemos salir de aquí? -pide.

-Sí, por favor. -Camino unos pasos y me tambaleo, él me toma de la cintura.

-¿Seguro qué estás bien? -vuelve a preguntar.

-Sí, solo es que no comí nada en todo el día. ¿A qué te referías con qué tuve una semana difícil?

¿Qué sabe de mí?

-Lucas se fue. ¿Lucas es su nombre?

-Sí, ¿y vos qué sabés de él?

-Nada. Lo que pude observar en la misa. Y sí, escuché la conversación. Él se fue y vos estabas muy mal. O lo estás. Quise venir mucho antes para hacerte compañía, pero sé que te pongo de muy mal humor cuando estoy cerca. Y eso me inquieta porque cuando éramos chicos la pasamos muy bien juntos.

¿Cómo sabe tanto de mí? Yo, apenas sé su nombre a duras penas.

-Cuénteme cómo éramos de pequeños -indago mientras nos alejamos de la maldita caballeriza.

-Éramos muy unidos.

-¿Muy unidos?

-Éramos inseparables -recalca-. Al principio era amigo de Juan Cruz, pero él era muy peleador y demasiado egoísta, nunca me quería prestar sus juguetes. Él y yo tenemos casi la misma edad. En cambio vos, eras todo lo contrario, siempre estabas en un rincón jugando tranquilo y yo de a poco me fuí acercando a vos y alejando de Juan Cruz.

Una razón más para que mi hermano me odie.

-¿En qué pensás?

-En nada. Continúe, por favor.

Hacia el camino de la perfecciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora