Capítulo 42

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(...)hay diez centímetros de silencio
entre tus manos y mis manos
una frontera de palabras no dichas
entre tus labios y mis labios
y algo que brilla así de triste
entre tus ojos y mis ojos

Mario Benedetti

-¿Jeremías te vas a ir? -Inclino mi cara a él, sin decir nada-. Jeremías te vas a ir -confirma.

Me alejo de su cuerpo sintiendo que me asfixio. Me levanto de la cama y voy hacia el pequeño mueble que tenemos empotrado en la pensión. Agarro el tabaco y armo un cigarro. Lucas se incorpora, todavía desnudo, y apoya su codo en el colchón. En ningún momento despista la mirada de mí, asesinándome, aunque percibo que mi silencio lo lástima aún más. Que sus demonios y dudas lo consumen porque es eso mismo lo que me está sucediendo a mí.

La atmósfera se siente demasiado densa, espesa, áspera.

¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Por qué me siento así?

Prendo el pucho y le doy una calada onda, hasta raspar mi garganta.

-Necesito pensar, Lucas -hablo bajo y un poco distante.

-¿Pensar? ¿De qué mierda estás hablando? -grita viniendo a mí.

En esto momento no sé. No sé lo que me sucede. Me encuentro en una maraña de conflictos internos que no me dejan razonar con claridad.

Voy hacia la cama y agarro mi ropa y comienzo a vestirme.

-¿Qué estás haciendo? -cuestiona, siento su aliento en mi nuca.

-Necesito salir, siento que me asfixio -confieso al fin.

-¿Yo te asfixio?

-Necesito un poco de aire nada más -lo tranquilizo tocando su mentón y dándole un beso en los labios.

Agarro mi pucho y salgo de la pensión.

Camino en la oscuridad de la noche deambulando de lugar en lugar, inspeccionando cada rincón, paso por la parroquia y la observo sin tener un pensamiento en concreto. Solo me encuentro un poco perdido de cómo todo cambió en tan poco tiempo. Debo decir que extraño mi vida en Buenos Aires, pero todavía no comprendo el qué es lo extraño, quizá sea la comodidad y lujos que tenía allí, sin lugar a dudas extraño a Delia y sus cuidados, solo espero que Gregoria no tome represarías en su contra. Me sentiría muy culpable si así fuese.

Sigo mi camino con las manos en los bolsillos y me topo con el bar de Augusto.

El pequeño bar tiene un escenario que a veces, muy de vez en cuando, vienen algunos músicos a tocar sus instrumentos, hoy es el día del bandoneon. El hombre toca una melodía demasiado melancólica; melancólica y gris, que no ayuda en nada a mi estado de ánimo. Inclina su cuerpo hacia delante y cierra los ojos abriendo el bandoneon, realmente se siente lo que toca, yo lo siento en cada poro de mi cuerpo.

-¿Hijo, que lo trae por aquí a ésta hora? -su pregunta me trae de vuelta.

¿Este hombre no duerme? ¿En qué momento descansa?

-Ya que mañana no trabajo, quería una copa, si no es molestia -me justifico apoyandome en la barra. Depositando todo mi pesar en ella. Mi patrón me entrega un vaso ancho.

-Es whisky, hijo. Tome despacio. ¿Mal de amores?

-Algo así.

-Usted con mal de amores con la facha que tiene.

Su comentario me causa gracia.

-Sé lo agradezco. -Le pego un buen sorbo al whisky. Y me relamo los labios.

Hacia el camino de la perfecciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora