Capítulo 15 "Pido permiso, señores"

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Se levanta de la cama y va a su canasto. Revuelve algunas cosas que tiene y saca un sombrero negro, se lo coloca con demasiada gracia. Lleva su mano al abdomen, haciendo algunos pasos y comienza a cantar con demasiado encanto.

Pido permiso señores. Que este tango este tango habla por mí. Y mi voz entre sus sones dirá,
Dirá por qué canto así. Se acerca a mí y toma mi mano. Pega su cuerpo al mío y su mejilla toca la mía, mientras sigue cantando.

Me da una voltereta y yo ahogo un quejido.

Porque cuando pibe. Porque cuando pibe me acunaba. En tango la canción materna. Pa' llamar el sueño

La letra de la canción se me entierra en la carne, dándome escalofríos. Sus ojos se clavan en mí y veo tristeza en ellos. Quizá en su canto, quiere mostrar algo de su pasado, algo de su verdad.

—...Y escuche el rezongo de los bandoneones. Bajo el emparrado de mi patio viejo. Porque vi el desfile de las inclemencias. Con mis pobres ojos llorosos y abiertos. Y en la triste pieza de mis buenos viejos
Cantó la pobreza su canción de invierno. Y yo me hice en tangos. Me fui modelando en barro, en miseria. En las amarguras que da la pobreza.
En llantos de madre. En la rebeldía del que es fuerte. Y tiene que cruzar los brazos. Cuando el hambre viene. Y yo me hice en tangos porque...
¡Porque el tango es macho! ¡Porque el tango es fuerte!

Tiene olor a vida. Tiene gusto a muerte. Porque quise mucho, y porque me engañaron. Y pase la vida masticando sueños. Porque soy un árbol que nunca dió frutos. Porque soy un perro que no tiene dueño
Porque tengo odios que nunca los digo. Porque cuando quiero, porque, cuando quiero me desangro en besos. Porque quise mucho, y no me han querido. Por eso, canto, tan triste ¡Por eso!

Se aferra fuerte a mí y no me suelta. Yo acaricio sus cabellos y lo obligo a mirarme. Sus ojos llorosos se clavan en mí.

Sin mediar palabra, voy directo a su boca, jadeante, necesitado. Él me sigue el ritmo formando un puchero en mi boca. No le doy tiempo a que llore, ya que mi lengua en su tibia boca. Su lengua está salada y tiene la saliva espesa.

Me presiona más a él y me empuja hasta caer de espaldas a la cama.

Dame más, Lucas.

Acomoda mi cabello, lo saca de mi cara y veo el brillo en sus ojos y no sé si es por el llanto retenido, o por la lujuria del beso. Creo que es ambas.

Pasa su mano por debajo de mi ropa y toca mi piel.

Jadeo errante.

Sube mi camiseta y comienza a dar pequeños besos en mi abdomen.

—Estoy haciendo un esfuerzo sobrehumano para no hundirme en vos ahora.

Trago duro al escuchar sus palabras.

—No lo hagas entonces —respondo agitado. Como si mis propias palabras fueran a traicionarme.

Sonríe pícaro y vuelve a mi boca.

Se separa de mí y va a la puerta y la traba con el cerrojo. Yo me lo quedo mirando y apoyo mis codos en el colchón viéndolo.

Va a la canasta, saca algunas botellitas con corcho. Y las guarda en el bolsillo.

¿Qué va a hacerme?

¡Dios!

Estoy jadeando en el medio de la cama, con la frente sudada y una erección creciendo debajo de mí. La espera me está desesperando y creo que él lo sabe.

Hacia el camino de la perfecciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora