Me quedo unos minutos en la misma posición que me dejó Delia, antes de la interrupción que hizo mi madre, recapacitando mis acciones.
Miro hacia mi escritorio y agradezco a Dios que no haya visto los dibujos que habían hecho la noche anterior. Todos y cada uno de ellos con la misma forma, con la misa silueta y la misma esencia.
Voy directo a ellos y los hago añicos. Estos quedan esparcidos en toda la habitación gracias a la ventolina que ingresa de la ventana.
Apoyo mi cara en el escritorio y duele un poco por el golpe recibido de Gregoria. Pero eso no es lo que más me duele. Quizá mi dolor radica en la falta hacia ella. Mi falta, mi pecado.
Maldigo mi mala fortuna, me maldigo a mí y maldigo a Lucas por aparecer en mi camino, en mi vida.
Tomo fuerzas y me levanto de donde me encuentro, tirando un poco mis rodillas ya que la sangre se secó y se está formando una pequeña costra.
Observo los fideos fríos en mi escritorio y me apena tanto la preocupación de Delia hacia mí. Ella solo quería hacer sentirme mejor, y en verdad que no lo merezco.
¡Por el amor de Dios! Ya no soy un niño, pero no lo comprende. No debería invocar a Dios, siendo una persona pecadora.
Me dirijo al cuarto de baño y decido darme una ducha, tendré que pedirle a Delia que me prepare algo de agua caliente. Me miro al espejo, y me veo desalineado. La gomina no duró lo que esperaba. Nada es lo que espero.
Y me observo con detenimiento. Acerco mi cara al golpe que me dió Gregoria y es uno de los tantos, podría haber sido mucho peor.
Me veo tan delgado y sucio. Y no es que no me haya higienizado. Lo sucio y la putrefacción vienen de otro lugar. De mi ser impuro y pecaminoso.
Sé que arderé en el infierno. Sé que seré torturado hasta morir y que Gregoria estará orgullosa por eso.
Desvanezco ese pensamiento de inmediato y mi reflejo me recuerda lo infeliz que soy. Sonrío sin ganas y llevo mis manos a mi garganta y luego a mis labios cierro los ojos por unos segundos y él vuelve a mí. Como ráfagas, como dagas filosas adentrándose en mi piel, en mi carne. Imagino sus labios carnosos y prohibidos recorriéndome el cuerpo. Mi cuerpo reacciona ante tal pensamiento y siento un hormigueo recorrerme entero.
¡Basta!
Tengo que terminar con esta desfachatez.
Me pongo algo de ropa, sin abrochar mi camisa y salgo de la habitación, enfurecido por donde se dirigen mis pensamientos. Bajo las escaleras en busca de Delia, para que caliente agua por mí. Necesito un baño, agua caliente; eso hará que me relaje. Aunque sea, solo por un momento. Camino unos pasos hacia el pasillo hasta llegar a las escaleras, bajo los escalones a toda prisa. Delia se asombra al verme, me llama la atención su expresión, frunzo el ceño y miro de costado confuso.
—¿Qué pasa? —indago.
—Tienes visitas, mi niño —responde, nerviosa.
Pongo mi vista hacia la sala. Y la sobrina de la señora Ofelia se para al instante al verme. Si mi madre me viera en estas condiciones estaría muy enfadada.
Abrocho los botones de mi camisa enseguida, con una rapidez que me sorprende, pongo la camisa adentro del pantalón y me dirijo a ella.
—Señorita —Me inclino, y ella extiende su mano hacia mí con intenciones que la bese. Me quedo unos instantes quieto pensando si besar su mano o no. Hago lo que intuyo que quiere y me decido por besarla en el dorso de su mano, ella sonríe tímida ante mi cercanía.
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Hacia el camino de la perfección
Fiction HistoriqueUna familia estrictamente religiosa, con padres ligados a la alta sociedad. Jeremías un adolescente, retraído, inteligente y por sobretodo; tímido. Conocerá el amor, en el lugar menos pensado y con la persona menos indicada. Y tratará...