El Drowned Dead

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El Drowned Dead

Cuando llevábamos unos minutos caminando, Ashley me preguntó:

-          ¿Cómo es eso de que tus padres fueron raptados?

-          Es una larga historia, Ash – respondí, algo alicaída.

-          Pues, tengo tiempo.

Le conté todo, absolutamente todo. Ella respondió:

-          A ver: lo que sabía, y me habías contado, era lo del collar, lo del libro, me acuerdo que en el Covered Wolves nos ataron (ya que me lo has explicado tú). Pero no sabía lo del G.E.L.A.

Tuve la sensación de que me tragué un hielo, y que se fue directamente hacia mi estómago.

-          Pero… tú estuviste con ella allí – intervino Sam, con los ojos abiertos – Escuché el aviso que nos dio Carl.

-          ¿Cómo es que estuve allí, y no me acuerdo? Ni siquiera sé quién es Carl. – Me paré en seco. Todos lo hicimos.

Así que no era ella… Si no era ella, ¿quién era? O sea de que pasé el rato con otra Ashley. Tuve un fugaz recuerdo del Reptiliano. Me estremecí.

-          Oigan – empecé – Confundo lo real con lo ficticio, ya no sé en qué creer. Ni siquiera sé por qué pasa lo que pasa. – Las personas nos esquivaban para pasar, ya que nos habíamos detenido en frente a un Café. Era una avenida en la que millones de personas pasaban por allí, era muy concurrida. El viento agitó un poco mi cabello, empezaba a tener frío. – Llega un momento en el que ni siquiera distingo mis propios pensamientos. No sé si lo que pensé realmente lo he pensado yo, u otra persona. – Sam y Ashley me miraban preocupados. Esa sensación de inseguridad volvió a mí, tenía miedo – Olvídenlo, ¿quieren? – acoté. Realmente estaban preocupados, y no quería preocuparlos aún más.

-          Harley… yo… yo sabía que te pasaría algo así, pero no… no sabía que sería de ese modo – dijo Sam.

-          ¿Y por qué nunca me lo dijiste? – dije, con el entrecejo fruncido.

-          No quería preocuparte antes de tiempo – dijo, excusándose rápidamente.

-          Si me lo hubieses dicho, yo no estaría tan preocupada. Es más, podría haberlo frenado de alguna forma. Sabría cómo actuar – le dediqué una mirada fulminante.

-          Escuchen, creo que a este paso llegaremos el año que viene. ¿Podemos discutir luego? – intervino Ashley, pues Sam iba a contraatacar.

Seguimos caminando en silencio un buen rato, solo interrumpido por quejas por el frío. Los tres nos habíamos puesto nuestra chaqueta. Empezaba a oscurecer. Ya casi de noche, llegamos a una zona con poca iluminación: había una lámpara de calle que titilaba. A los lados, lo único que se veía eran extensiones vastas de tierra, y alguna que otra lata de cerveza o bolsas de basura seguramente abiertas por perros.

-          Creo que deberíamos convertirnos – dijo Sam. – Así podremos seguir.

Acto seguido, nos convertimos. Luego, tomamos nuestras chaquetas que estaban a un lado, y las guardamos en nuestras mochilas. Llevábamos las mochilas con el hocico. Me paré en seco. Algo se había movido detrás de unos arbustos. Los demás también lo percibieron. Nos miramos. Decidimos que era por culpa del viento, así que decidimos seguir adelante.

Cuando habíamos caminado un buen tramo más, me paré por tercera vez en seco, y miré por debajo de un puente. Había un lago. Y algo verde estaba pegado abajo, en el soporte. Se movió, y pude observar una mano viscosa y escamosa. Me aparté.

Luego de caminar un poco más, llegamos a un hotel. Éste tenía un precario y oxidado cartel, el cual estaba un poco torcido, que decía Dead Drowned, que significa Muerto Ahogado. Por afuera, se notaba sucio. Parecía que no habían pasado un trapo por allí hacía tiempo. Afuera, había una mecedora que se mecía sola.

-          Ni loca entro allí – dije, con la boca seca.

-          Ni yo – acotó Ashley.    

-          Si quieren dormir aquí afuera con este frío, adelante. Yo estaré bien acurrucado en mi cama. – Dijo Sam, alzando las cejas.

Tuvimos que aceptar que tenía razón y, a regañadientes, pasamos el camino de tierra hasta llegar al rellano de la puerta. Antes, miramos hacia los costados, y nos convertimos. Acto seguido, nos pusimos las chaquetas. Justo cuando miré hacia una de las ventanas, había una viejita con una vela. Parpadeé. Ya no estaba. Suspiré, aterrada, y me puse en camino. Tocamos el timbre, el cuál sonó con un fuerte, lento y aterrador Din, don.

Por el vidrio de la puerta, pudimos ver a un señor mayor, con un traje bastante viejo y sucio. Nos abrió la puerta.

-           Vaya que… sorpresa. – Dijo el hombre, con una voz profunda y aburrida. Aun así, parecía levemente sorprendido.

-          ¿Tiene una habitación para tres?

-          Pues, sí… aquí sólo se hospeda una señora ya muy mayor. – El estómago se me tensó.

Nos hizo pasar, y vimos el interior. Adentro, el empapelado estaba sucio y desgastado, y había una fina mota de polvo en el escritorio. Allí no había computadoras: había un viejo archivador, una vieja caja registradora, y un viejo teléfono. Para colmo, estaba todo apagado.

-          ¿Pueden encender las lámparas, por favor? – dijo Sam.

-          Lastimosamente, las luces decidieron no andar más. - Dijo el hombre, con el mismo tono de voz. – Hay una pequeña central eléctrica aquí, pero no andan los fusibles. Hay una tienda, no muy lejos de aquí.

-          Iremos nosotros – dije. El hombre me miró como si no hubiese notado mi presencia antes.

-          Apúrense. Creo que va a llover. – Acto seguido, se oyó un trueno tan fuerte que Ashley se sobresaltó.

Salimos de ese lugar, y por primera vez vi algo que realmente me aterrorizó. Nos aterrorizó, mejor dicho.  Cerca de allí, pasaba un río.  Pero no era un río común y corriente. Allí había una Iglesia, toda tapada por el agua. Sólo se veía la parte de arriba. Me acerqué un poco más a la barranca, y vi que también había unas cuantas casas. Lo estaba iluminando todo con mi linterna.

-          Debemos salir de aquí – dije, con un hilo de voz.

-          No – dijo Sam. – Debemos quedarnos aquí.

-          Este lugar no es seguro – dijo Ashley, atemorizada.

-          Escúchenme bien: nos quedaremos toda la noche aquí, y a la mañana emprenderemos nuestro viaje. ¿De acuerdo? Ahora vayamos a por el fusible.

A unos kilómetros del Dead Drowned, había una tienda. Estaba iluminada por una lamparita que titilaba. “¿Por qué siempre que encuentro una lámpara, titila?”, pensé, con irritación. Entramos, compramos el fusible, y luego salimos. Prendimos los tres nuestras linternas, ya que era de noche. Era aterrador estar en lo oscuro.

Llegamos, fuimos a la parte trasera del hotel, y pusimos el fusible. Con unas chispas se encendió. La luz se prendió, se apagó y se volvió a prender, esta vez definitivamente.

Se me ocurrió una idea:

-          Escúcheme – le dije al señor - ¿Puedo usar el teléfono, un momento?

-          Adelante – me dijo con tono sombrío.

Marqué el número del celular de mi padre en el viejo teléfono, y esperé. Me atendió la voz de una operadora:

-          El número que usted marcó… - Hubo una interferencia – No… existe. Por favor – otra interferencia – no llame más. – Cortó, y tuve que sacarme el teléfono del oído, ya que unas arañas salían desde allí. Grité, solté el teléfono, y me tapé la boca con las manos. De nuevo, ya perdí la cuenta de cuántas veces me sucedió, una voz rió en mi mente.

I. Moonlight Shadow (editando 2023)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora