Capítulo 27: Los Ángeles

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    Montevideo la recibió lloviendo. Julio era un mes de invierno y así lo sintió Juliana cuando bajó del avión, mientras el viento le cortaba el rostro y se mojaba ligeramente la ropa. Agradeció de inmediato entrar al calor del aeropuerto. Pisar tierra uruguaya la hizo sentir automáticamente feliz, pero el olor al aeropuerto, aunque resulte extraño, la hizo sentir en casa. No olía a cuero, ni a pino, ni a muchedumbre como en otros aeropuertos. Olía a mate y aquello la hizo sentir cómoda. No se sentía sapo de otro pozo en Londres, pero no sentía completamente la familiaridad que sentía con el ambiente de allí.

Volver a ver a su familia fue recibir un soplo de aire fresco. No los veía a todos desde Año Nuevo e incluso en ese entonces, no había podido compartir demasiado tiempo con ellos, puesto que había tenido que volver a Londres demasiado pronto. Sonrió con amplitud al verlos, sólo como la alegría más pura puede provocar. Su madre lloraba y su padre la miraba con luz en sus ojos, esperando por su pequeña niña. Pero no eran los únicos allí. Estaban sus primos, sus tíos, sus amigos y su ahijada. Todos con una preciosa pancarta que decía: ¡Bienvenida, Juliana!

La rubia nunca se había sentido tan querida.

Corrió hacia ellos sin importar lo que el resto de los pasajeros de su avión pensaran. Probablemente era la mujer más feliz del recinto. Fue recibida por cálidos y apretados abrazos, así como sonoros besos en la mejilla y algunas lágrimas de nostalgia.

-¡Estás muy flaca! - le comentó su madre, casi de inmediato. Juliana pensó que ese comentario era un defecto propio de la maternidad, puesto que también se lo había escuchado decir a Johannah e incluso a Anne.

-Pasa que no come la comida de su madre - bromeó Martín, uno de sus primos, burlándose de ella.

-Cierto, como comida londinense - se jactó, bromeando con él.

-¿Comida londinense? Por favor, te vamos a llevar a comer un buen asado.

Juliana no pudo oponerse a semejante oferta.

Fueron hasta la casa de su tío, que contaba con una extensa barbacoa, donde milagrosamente lograron entrar todos. El clima familiar era cálido y Juliana cayó en cuenta que había extrañado mucho ese sentimiento en la soledad de Londres.

Sara estaba enorme y mientras la veía jugar, Juliana pensó que se estaba perdiendo una parte importante de su crecimiento. La niña tenía casi cinco años y estaba claro que era la luz de los ojos de su madre, pero Isabel debía aprender a multiplicarse, puesto que tenía una preciosa panza de embarazo.

-¿Cómo lo llevas? - le preguntó mientras veían a la pequeña jugar.

-Es un poco agotador, pero Buba ayuda mucho - Juliana omitió hacer comentarios sobre el apodo del marido de su amiga.

-¿Ya sabes lo que es?

-Queremos que sea sorpresa. Hemos comprado todo en tonos blancos o amarillos, así que estamos preparados para lo que sea que venga.

-Estoy tan feliz de que hayas podido formar una familia - le soltó, sin poder evitarlo. Estaba claro que su embarazo la había tomado por sorpresa, pero desde entonces, Isabel era la mujer más feliz de la tierra.

-Y yo estoy feliz de que te hayas graduado. ¡Estás grande! - se burló.

-Linda forma de decirme que estoy vieja.

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