CAPITULO 01

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El sonido de abrir y cerrar las rejas en la prisión le había acompañado durante cuatro interminables años. En un lugar en el que no existe el silencio a ninguna hora del día ni de la noche, era ese ruido el que se le clavaba en la cabeza. Allí, entre los ojos. Y esa repetición áspera se transformaba en una cruel cantinela que le recordaba que estaba encerrado... encerrado, encerrado...

Ahora, por fin, lo escuchaba a su espalda por última vez. Porque si de algo estaba seguro, era que únicamente muerto conseguirían meterle de nuevo en la cárcel.

Aunque... existía un único motivo por el que podría pasar allí el resto de su miserable vida.

Estaría dispuesto, una y mil veces, a volver a ese infierno si a cambio lo viera, a él, consumirse en el infierno.

Con las pocas pertenencias que llevaba en la mochila al hombro fue contando los pasos que le alejaban de las rejas y el viciado olor a deshumanización.

Uno, dos...

El olor aún llegaba con fuerza y penetraba por sus fosas nasales.

Tres, cuatro...

Se acercaba al portón por el que cruzarío el muro que componía la fachada, y la familiar peste seguía sin desaparecer.

Cinco, seis, siete, ocho...

Alcanzó el exterior. Sus ojos se clavaron en la última y solitaria caseta de seguridad, en medio del camino que terminaba en la carretera. Tal vez, pensó, la pestilencia desaparecería cuando el oficial levantara la barrera y él la dejara también atrás. Pero no fue así. El olor continuaba allí. Estaba en su ropa, estaba en su piel. Ese olor repulsivo formaba ya parte de él.

Sin detenerse, alzó los ojos al cielo, cerrado y gris, y llenó sus pulmones de oxígeno. La sensación de libertad le alcanzó la sangre y recorrió sus venas hasta incrustársele en el corazón. Seguía estando junto al presidio, respiraba el mismo aire que le había mantenido vivo los últimos cuatro años, sin embargo, todo era distinto. No había guardianes, no había límites. Podía mirar a lo lejos sin que ninguna pared marcara el final. Podía caminar hasta la extenuación y pararse cuando se le antojara hacerlo.

Pero había algo en la ansiada y emocionante libertad que dolía. Dolía hasta el desgarro. Regresaba a un mundo que ya no era el suyo, a vivir una vida que no merecía. Coexistía con el sentimiento de que, aunque su condena fuera eterna, nunca acabaría de pagar el daño irreparable que hizo a quien tanto quería.

Una ráfaga de viento le azotó de frente. Observó el movimiento de los árboles que se hacinaban a las orillas del río Nakdong. No recordaba que la naturaleza fuera tan verde ni tan majestuosa. Miró a su alrededor. El mosaico de tierras aradas se extendía en algunas zonas hacia el infinito, en otras iba a morir al inicio de suaves y verdes colinas. No había, tras él, más vestigio humano que la frío edificación del presidio. Y, por primera vez en años, viéndose físicamente solo, se sintió dueño de sí mismo.

Volvió a golpearle el viento. La tarde en la que se le detuvo la vida también soplaba recio y helador. Aquel día el cielo amenazaba con una tormenta. Había salido de casa con el corazón tan encogido, que ni aun abriéndole el pecho hubiera podido nadie encontrarlo. Después llegó a aquel condenado polígono industrial convencido de que si esa tarde no moría de un infarto ya nunca lo haría.

Apretó con fuerza los párpados cuando las imágenes de aquellos momentos llegaron para torturarle una vez más el pensamiento.

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FLASHBACK

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—¡¿Dónde está la ambulancia, hijos de puta?! —grita a la vez que presiona sobre la herida que pierde sangre a borbotones— ¡¿Van a dejar que muera como un perro?!

Je T'aime Et Je Te Hais _ Adaptacion (MinKey)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora