CAPITULO 19_2

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Avanzó casi a ciegas por el pasillo. Pretendía irse sin que se notara, sin encender ninguna luz, sin decir adiós.

Se detuvo ante el suave resplandor que ofrecía la puerta abierta de la cocina. Los postes aún estaban encendidas, pero la difusa claridad que se filtraba por entre las cortinas era la del incipiente amanecer. El claror sobre la blanca superficie del frigorífico le hizo fijarse en que esta vez las letras imantadas sujetaban una fotografía.

Se volvió para mirar atrás, hacia la habitación de Kibum. No escuchó nada que le indicara que él había despertado. Entonces, tan sigiloso como un ladrón, se acercó a contemplar la imagen. Era la misma foto de la niña que Kibum tenía en la mesa del despacho.

La tomó entre los dedos y durante unos instantes observó los enormes y expresivos ojos negros que una vez creyó que llegaría a conocer.

Con un suspiro silencioso devolvió la foto a su lugar y la sujetó con una letra en cada una de las dos esquinas inferiores. Recorrió con los dedos el rugoso trazado de la T mientras se sumía en remembranzas.

No había oído el sonido de pasos de hacía un instante, ni había reparado en que Kibum llevaba unos segundos junto a la puerta mirándole con triste embeleso.

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—¿Te vas? —le oyó decir con voz apenada. Se sobresaltó. Allí, parado en medio de las sombras, la camiseta sin mangas con que cubría su cuerpo resplandecía con la tenue luz de la mañana. Observó su pelo revuelto, sus hombros desnudos, y recordó los momentos apasionados que habían compartido esa noche. Había sido diferente a la primera vez. El cuerpo le había pedido un ritmo más lento, más cadencioso con el que disfrutar de cada segundo que lo tuvo pegado a su piel para que el éxtasis resultara más largo e intenso; para pretender, aunque fuera por una fracción de segundo, que los últimos años no hubieran existido y que Kibum siguiera siendo el dueño de su vida y de su corazón. Y así lo había sentido hasta que abrió los ojos y descubrió que se había quedado dormido entre sus brazos; hasta que experimentó el placer de despertar, verlo respirar y recordar cómo había gemido para él... Entonces había llegado la desazón, el remordimiento—¿Te vas? —repitió al suponer que no lo había escuchado.

—Sí. Tengo que... —se frotó la nuca, incómodo, mientras inventaba un motivo.

—Tienes que terminar el último diseño —dijo Kibum.

—Sí. Eso es —escondió las manos en los bolsillos como si de ese modo pudiera borrar el que Kibum le hubiera visto acariciar el pasado— Tengo que aprovechar el domingo para avanzar —Kibum encogió los dedos de sus pies.

—Cuando nos lo entregues... —pensarlo ya lo asfixiaba. Cogió aliento— ¿Cuándo nos lo entregues desaparecerás? —preguntó con temor.

—No —susurró mirándolo sin conseguir ver sus ojos en la oscuridad— No.

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Sonrió aliviado y Minho se preguntó si podría tenerlo cuantas veces quisiera hasta que llegara el momento de olvidarlo para siempre. Existía un peligro, y él lo sabía. Pero también estaba su imperiosa necesidad de Kibum. Únicamente debía decidir si saciar esa apetencia merecía el riesgo de terminar necesitándolo con más crudeza.

Lo miró fijamente mientras se acercaba. Cuando pudo apreciar el avellana de sus ojos se detuvo a observarlos, y por su brillo entendió que por alguna incomprensible razón Kibum seguiría recibiéndole. Cada milímetro de su piel le palpitó bajo la ropa anticipándose a lo que sabía que iba a sentir cuando volviera a tenerlo.

Y decidió que el resto no importaba.

Que él pudiera vivir en continuo martirio echando de menos esos momentos de pasión, mientras Kibum consumía sus días en la cárcel, no importaba.

Je T'aime Et Je Te Hais _ Adaptacion (MinKey)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora