CAPITULO 13_1

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Amber sonrió al ver a Kibum mirar su reloj de pulsera. Eran las siete y cuarto de la tarde y calculaba que, en la última media hora, había hecho el gesto de consultarlo cada tres minutos. El catálogo, de suaves tapas de cuero negro, había llegado a media mañana. Desde entonces, Kibum lo había abierto como cientos de veces y lo había lustrado con una pequeña gamuza en unas cuantas ocasiones. Pensó que era el lógico nerviosismo que precede a un encuentro de enamorados, y lamentó que aquello no fuera una verdadera cita. No sabía qué sentía aquel chico por su amigo, pero tenía muy claro lo que su amigo sentía por él, meditó mientras lo veía elegir entre las gruesas bolsas de papel con el anagrama de la tienda, como si entre ellas esperara encontrar una más perfecta que el resto.

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—¿Crees que tu artista vendrá hoy? —Kibum introdujo el muestrario en la bolsa y la cogió por las asas para comprobar su peso.

—Dijo que lo haría, y que yo sepa él no ha fallado nunca —su expresión ausente no varió a pesar de sus dudas internas. La posibilidad de que no apareciera tras haberlo ofendido con su comentario sobre la honradez le roía el ánimo.

—Ten cuidado —Kibum la miró extrañada— Tu sonrisa —aclaró Amber con expresión divertida— Cuando hablas de él sonríes como un idiota y tus ojos lo ocultan lo que sientes. Y cuando lo tienes delante todavía es peor. Él lo notará si no tienes cuidado, y no sé si quieres que lo note.

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Kibum fingió no haber oído. Sabía que no bromearía con eso si conociera toda la verdad. Pero le había contado bien poco. Apenas unos apuntes de su hermosa y frustrada historia de amor; nada que le hiciera imaginar la verdadera dimensión del drama que los había separado.

Dejó la bolsa sobre la mesa, en el despacho, y se sentó, dispuesto a repasar cuentas para soportar mejor la espera. Las fue examinando y separando por las fechas en las que debían afrontar los pagos.

No escuchó el sonido de la puerta del almacén ni a Minho recorrerlo con lentitud de extremo a extremo. Solo cuando sintió que alguien entraba en la oficina alzó la cabeza y lo vio.

Sintió su corazón latirle en la garganta. Y ni por un instante recordó el tonto consejo de Amber de disfrazar su sonrisa o atenuar el chisporroteo en sus ojos. Se sentía demasiado feliz cada vez que lo veía, aun a pesar de sus maltratos, como para pensar en otra cosa que no fuera Minho.

Minho sí ocultaba sus sentimientos, y Kibum lo sabía. Lo sabía desde que, anegado de alcohol, le confesó que lo amaba tanto como lo odiaba. Por eso, una vez más, no tuvo en cuenta la actitud distante y frío con la que se le acercó.

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—Tenemos el catálogo —dijo Kibum amontonando de forma acelerada las facturas y metiéndolas en un cajón para desocupar el escritorio. Minho arrastró la silla y se sentó, con la espalda apoyada en el respaldo y las piernas separadas, con aspecto cansado pero desafiante. Acababa de inspeccionar el almacén y descubrir el escondrijo perfecto. Estaba tenso, más consciente que nunca de lo que le había llevado hasta allí.

—No hemos hablado de plazos de entrega —apoyó los codos en los reposabrazos y juntó las manos bajo la barbilla— No lo hice con el cliente y tampoco lo he hecho contigo.

—Me he permitido solucionar eso —se humedeció los labios, nervioso— Le dije al señor Goo que los días laborables dispones de poco tiempo. Lo entendió. Además, sabe que lo que ha pedido no se hace de la noche a la mañana. Confía en tu sentido de la responsabilidad.

—¿También le contaste que mi falta de tiempo se debe a que con el tercer grado me dejan salir de prisión para trabajar y poco más? —preguntó con actitud arrogante. Kibum se sobresaltó al verle comenzar con su sarcasmo y tardó unos segundos en responder.

Je T'aime Et Je Te Hais _ Adaptacion (MinKey)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora