CAPITULO 09_1

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Despertó con un terrible dolor de cabeza que no le permitía abrir los ojos. Se sentía como si una manada de elefantes circulara por su cerebro después de que le hubiera pateado todo el cuerpo. Trató de recordar qué había hecho el día anterior, dónde se había llevado aquella monumental paliza que le tenía molido. Le llegó la imagen de un vaso de whisky, la de un camarero negándose a servirle una copa más y la de él mismo respondiendo que si lo que temía era que no le pagara una vez que estuviera borracho, se quedara con su billetera mientras él bebía.

El dolor le traspasó hasta alcanzarle el alma cuando le llegó el olor a coco. Lo percibió con más intensidad que ninguna de las mañanas en que había pensado en Kibum. Esta vez resultó tan real que sintió que lo tenía al lado, entre las sábanas.

Abrió los ojos con cautela, como si temiera que el más leve movimiento pudiera romperle. Volvió a cerrarlos, convencido de que el alcohol que aún circulaba por sus venas le estaba jugando una mala pasada. Recordó aquella habitación, las paredes blancas con pequeñas motivos celtas achocolatados, el mullido edredón blanco... y a él, con el cabello revuelto, la cabeza sobre la almohada, dándole los buenos días con ojos somnolientos, emanando el aroma que ahora le envolvía como entonces.

Suspiró con fuerza y se juró que no volvería a emborracharse. La resaca hacía que los recuerdos resultaran tan vivos que dolían con la intensidad de lo físico.

Volvió a abrir los ojos. Inmóvil, observó el cuarto. No; esa visión no se la provocaba ni la resaca ni la intensidad de un recuerdo.

Lo que veía era real, lo que detectaba su olfato era real. Lo irreal era que él estuviera en la cama de Kibum. Le recorrió un estremecimiento. ¿Qué había hecho esa noche? ¿De qué tendría que arrepentirse esa mañana?

Abandonó el lecho de un salto y sintió que el dolor le resquebrajaba el cerebro. Se sentó en el borde del colchón, apoyó los codos en las rodillas y presionó los dedos sobre sus sienes. Nunca imaginó que los restos de una borrachera pudieran martirizar de ese modo tan preciso. Lo merecía, pensó avergonzándose de sí mismo. Merecía esa enorme pesadez por estúpido, por haber caído en lo que siempre aborreció de su padre.

De nuevo generó fuerzas para levantarse. Descubrió sus botas junto a la puerta. Se las puso y ató los cordones con lentitud, tratando de tranquilizarse antes de enfrentarse a él. Si hubiera podido elegir se habría esfumado por la ventana, como un ladrón, para no descubrir qué motivo le había llevado hasta esa casa y esa habitación.

Lo encontró en la cocina manipulando la cafetera. Parado en el quicio de la puerta, observó el cabello revuelto, su camiseta azul celeste, sus vaqueros gastados y los gruesos calcetines blancos que llevaba en lugar de zapatillas. Seguía teniendo el mismo aspecto adorable que un día le robó el corazón. Recordó las mañanas en las que era él quien se levantaba, dejándolo dormido, y preparaba el desayuno para dos; para los dos. Miró hacia el frigorífico. Después de más de cuatro años la palabra «Tsamoha» continuaba allí, formada por letras imantadas de colores brillantes. En el pasado le había gustado moverlas para que Kibum encontrara su mensaje al despertar. Apartaba a un lado la s y la h, giraba boca abajo una "a" para convertirla en una "e", y escribía «Te amo». Era una de las muchas formas que tenía de decirle que él era toda su vida cuando en verdad era su vida. Ahora ese hombre representaba su mayor tormento.

Contrajo los dedos hasta convertirlos en dos puños crispados mientras todos los músculos de su cuerpo se tensaban.

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—¿Dónde has dormido? —Kibum se sobresaltó. La cafetera se desprendió de sus manos y golpeó la encimera de granito. Se había estado preparando para ese momento. Había pensado en la sorpresa de Minho al despertar allí, había imaginado las explicaciones que le pediría. Incluso, inocentemente, había ensayado algunas respuestas. Pero esa pregunta lo desconcertó; el tono exigente y brusco con el que la hizo lo dejó sin ánimo para responder— ¿El tiempo te ha convertido en un maleducado? —preguntó ante su quietud— Tal vez siempre lo fuiste, pero conmigo te tocó hacer el papel de una persona amable y encantador. ¿Respóndeme? —insistió sin moverse— ¿En qué cama has dormido? —Kibum se volvió despacio. Antes de que él apareciera se había repetido que no debía temerle, que nunca le haría daño. Se había dicho que el odio que le demostraba no era real; al menos no todo lo real que aparentaba. Pero ahora Minho estaba allí, haciendo alarde de toda su rudeza, y aunque él no sintió miedo volvió a notarse vulnerable.

Je T'aime Et Je Te Hais _ Adaptacion (MinKey)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora