CAPITULO 17_1

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Fue Minho el primero en llegar. Aparcó su Renault frente a la casa metiendo un par de ruedas en la cuneta. Encendió un cigarro con el que aliviar la espera y bajó un tercio de la ventanilla para dar salida al humo. Se apoyó en el respaldo y movió el espejo retrovisor para avistarlo apenas llegara.

Consumía ya el tercer cigarrillo cuando reconoció el Fiat verde que Kibum tenía cuatro años atrás. Apretó los dientes al sentir un vuelco en el interior del pecho y subió el cristal.

Salió poniéndose la casaca, con el cigarrillo suspendido entre los labios y entrecerrando los ojos para divisarlo a través de la hilera de humo ascendente. Lo vio detener el auto tras el suyo, buscar algo en el asiento del copiloto, abrir la portezuela y sacar ligeramente la cabeza.

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—¡Hace mucho frio! —exclamó a la vez que trataba de ponerse el abrigo sin levantarse.

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Minho no respondió. Alzó el cuello de la casaca para protegerse del viento frío mientras contemplaba la lucha que Kibum mantenía con su prenda.

Lo había amado. Lo había amado demasiado, lo había amado con estúpida ceguera. Había estado dispuesto a dar hasta la última gota de su sangre por él. Por Kibum, que seguía siendo igual de bonito, de encantador. E igual de falso.

Abandonó esos pensamientos cuando lo tuvo enfrente, con la bufanda cubriéndole la boca y la mochila colgado del hombro.

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—Cuando quieras —dijo de forma escueta. Quería dejar en claro que no pensaba iniciar ninguna conversación y que todo su interés se limitaba a su trabajo en el interior de la casa.

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La expresión de dicha de Kibum se oscureció. Cruzó la carretera y abrió la reja de acceso al jardín. Le entristecía encontrar a Minho casi siempre a la defensiva, con ese escudo de impertinencia con el que insistía en protegerse.

Subieron directamente al ático, acompañados por el sonido de sus pasos en los peldaños del veteado mármol ocre. Kibum se detuvo junto a la puerta de la habitación que buscaban y se hizo a un lado; Minho lo sobrepasó evitando rozarlo. Recorrió la estancia examinando la inclinación del techo, el claro suelo de madera, el ventanal que ocupaba toda la pared frontal.

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—¿Necesitas ayuda? —preguntó Kibum, tras él.

—No —respondió sin volverse— Solo preciso de un poco de silencio.

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Kibum caminó con exagerado sigilo hasta la ventana. Desde esa altura se divisaba toda la playa, desierta por lo desapacible del tiempo. El cielo se veía gris y pesado y el viento soplaba con ímpetu alzando olas virulentas. Un pequeño grupo de arriesgados surfistas cabalgaban, con sus endebles tablas, sobre un mar encrespado y furioso, desafiando a la naturaleza.

Trató de centrarse en lo que veía queriendo ignorar que Minho estaba a su espalda, pero no pudo. Su presencia la afectaba de tal manera que a ratos creía sentir su aliento en la nuca con una calidez tan real que le erizaba la piel.

Cuando se volvió lo encontró inmóvil, con los ojos cerrados, inspirando con suavidad y absorbiendo sensaciones que después convertiría en dibujos. El amor le estalló en el corazón a Kibum al contemplar su expresión serena, sin rastro de tensión. Solo su corto cabello le diferenciaba del hombre cariñoso y apasionado que una vez lo enamoró. Se imaginó deslizando las yemas de sus dedos por los carnosos labios que tantas veces le habían besado, acariciándole la mejilla, los relajados párpados que ocultaban a sus ojos achocolatados.

Je T'aime Et Je Te Hais _ Adaptacion (MinKey)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora