CAPITULO 05_1

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Expelió el humo con lentitud y fijó su mirada en las personas que caminaban por la acera, empujadas por la virulencia del aire, mientras él seguía sentado en ese rincón del café, sumergido en un mar de recuerdos. El viento había soplado con fuerza desde primera hora de la mañana. Debido a ello tuvieron que extremar las precauciones en el trabajo para que, al talar los árboles, no fuera alguna ráfaga la que decidiera por qué lado debían caer a tierra y se llevaran algún compañero por delante. Si ya eran duros los días de calma, en los huracanados se respiraba una tensión añadida, una subida de adrenalina que mantenía todos los sentidos en alerta extrema y los reflejos prestos a entrar en acción. Al final, el cansancio era más intenso, y la necesidad de reponerse, más urgente. Debía haberse quedado en casa recuperándose de una jornada infernal, pensó. Sin embargo, estaba allí, donde se habían citado tantas veces, martirizándose mientras lo esperaba de nuevo.

De modo instintivo, como en un involuntario acto de defensa, se había colocado de espaldas a la puerta, y no de cara como hizo durante meses en el pasado. Cuando Kibum apareciera esa tarde de sábado, él no lo vería y, sobre todo, Kibum no podría verlo a él. Mientras inhalaba el cigarrillo recordó que solía dejar de respirar al verlo entrar. Se quedaba inmóvil, absorto, sonriendo como un bobo mientras él se acercaba alegre y cálido como en la visión de un sueño.

Bajó la mirada hacia su café intacto. La espuma de la superficie había ido desapareciendo al tiempo que se quedaba frío en la taza. Algo le hizo erguirse. Fue como si el viento que soplaba en el exterior hubiera atravesado el ventanal y hubiera girado en torno a la mesa. Sintió un estremecimiento que comenzó en sus entrañas y le recorrió todo el cuerpo erizándole la piel. Pero el cristal seguía en su lugar. Cerró los ojos y trató de prestar atención al resto de sus sentidos.

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εїз ~ εїз ~ εїз ~ εїз ~ εїз ~ εїз ~ εїз ~ εїз ~ εїз

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Kibum llegó con el mismo paso lento de cada sábado. Se adentró sin mirar hacia los lados, como si únicamente existiera la mesa del fondo y allí le esperara Minho para repetirle cuánto lo amaba. Llevaba cuatro años haciendo aquella entrada con la misma emoción, con la misma tristeza. Cuatro años viviendo de sensaciones que ni quería ni podía olvidar.

Advirtió con desilusión que aquella tarde un hombre estaba sentado en su rincón. Con un suspiro de resignación se quitó el abrigo y ocupó la mesa contigua. Mientras aguardaba al camarero volvió a mirarle un poco resentido por que le hubiera robado su espacio. Contempló sus hombros, que se adivinaban rectos y firmes bajo la suave lana de un suéter negro. Continuó por la bronceada nuca y por su cabello corto.

Después se fijó en las manos, grandes y delgadas, y en los largos dedos que sujetaban un cigarro humeante. Se estremeció al recordar otros dedos parecidos acariciándole la piel.

Frotó con suavidad su propia nuca y sonrió con benevolencia. Seguía emocionándose cuando pensaba en él, y eso ocurría todos y cada uno de sus días. Sobre todo en ese lugar donde en el pasado se dijeron tantas cosas. Poco importaba si no podía sentarse en su rincón y debía conformarse con contemplarlo; las sensaciones eran las mismas, los momentos felices seguían intactos en su memoria.

Recordó que Minho solía bromear con que en un lugar como ese, de inspiración mudéjar, las declaraciones de amor quedaban cautivas entre sus paredes para siempre. En una ocasión lo comparó con lo que el sultán Solimán hizo con las palabras de los cuentos de Las mil y una noches, encerrándolas entre los muros y las sedas de su palacio para la eternidad.

Continuó sin apartar la mirada de la espalda del joven. Había algo en aquel hombre que le desconcertaba. Que le hacía pensar en Minho con más intensidad que cualquiera de las veces que se había sentado en aquel lugar, precisamente para recordarle. Para rememorar la visión de sus dedos rozando la mesa con vacilación cuando fingía que tropezaban con los suyos. Para ver la pasión que durante un tiempo brilló en sus ojos acholatados, para embriagarse de nuevo con la ternura de su sonrisa.

Je T'aime Et Je Te Hais _ Adaptacion (MinKey)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora