CAPITULO 03_2

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—¡Casualidad! —gritó sin darse cuenta de que lo hacía—. ¿Cómo pude ser tan estúpido al creer que me encontró por casualidad?

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Dos chicas que se acercaban, protegidas por un mismo paraguas, cuchichearon entre ellas y cambiaron de acera para no pasar junto a él. No tenía buen aspecto, allí, con las manos apoyadas en un auto y soportando el aguacero. La luz de un poste iluminaba su cabeza platinada, sus ropas empapadas, sus hombros hundidos. Y, además, hablaba consigo mismo. No. No tenía buen aspecto, y él lo sabía. ¿Pero qué aspecto podía tener cuando cada recuerdo le atravesaba el corazón, de parte a parte, con la frialdad de un puñal? ¿Qué aspecto podía tener cuando el culpable de su infortunio estaba frente a él, en el último lugar en el que pensó encontrarlo?

Volvió a mirarlo. Kibum giraba la taza sobre el plato, en actitud pensativa. Era la imagen de la dulzura, de la calma, de la ternura: un joven inofensivo e inocente.

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—¡Inofensivo...! —dijo enderezando la espalda en un absurdo y vano ataque de orgullo—¡Bastardo, mentiroso! —musitó sin despegar apenas los labios— ¡Maldito, maldito, maldito! —clamó después con un gemido herido.

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Cuando no pudo más, cuando la extenuación amenazó con derrumbarlo sobre las hojas empapadas de la acera, reunió un poco de vigor y retrocedió unos pasos. Aún lo contempló un instante mientras se juraba que esa sería la última vez. La última. Verlo le avivaba los recuerdos y le recrudecía el dolor que siempre llevaba consigo. Ya estaba cansado de sufrir, pensó introduciendo las manos en los bolsillos, para conducir su cansado espíritu hacia la estación de tren.

Ya en el tren, ocupó un asiento al final del vagón, de cara a la pared para abstraerse de las miradas curiosas. Juntó los dedos y los aprisionó entre sus piernas. No podía dejar de temblar, pero no a causa de la humedad que le traspasaba el cuerpo ni del frío que le hería las manos y le entumecía los pies. Aquellos temblores incontrolados le brotaban de las heridas de su corazón.

A través del cristal de la ventanilla siguió, con mirada ausente, los movimientos de una pareja que paseaba por el andén al abrigo de la lluvia. Sabía lo que sentían cuando se tomaban de las manos o se miraban a los ojos; y sabía lo que sentirían después, cuando descubrieran que el amor es una mentira embriagadora, intensa y breve. Lo sabía porque hacía mucho tiempo, casi en otra vida, él sintió lo mismo.

Justo en ese instante, Kibum miraba las gotas que se estrellaban contra otro cristal: el del taxi que lo llevaba a casa. Minho se hubiera sorprendido de haber podido verlo. No era la persona dichosa que sonreía siempre. Ere un hombre triste que cada tarde de sábado salía del Angelinus tan cargado de añoranzas que hasta le costaba caminar. Era el que, en ese momento en el que a Minho le lloraba sangre el corazón, seguía la dirección cambiante de las gotas de lluvia con la sensación de que eran lágrimas con las que el cielo desahogaba su desconsuelo.

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εїз ~ εїз ~ εїз ~ εїз ~ εїз ~ εїз ~ εїз ~ εїз ~ εїз

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El humo del cigarro se estrellaba contra el cristal, se esparcía como niebla pegada a un valle y volvía después hacia su rostro, como un bumerán intangible. Estaba oscureciendo. La iluminación artificial que comenzaba a llenar la calle se filtraba por la ventana para destacar de entre las sombras sus extraviados ojos achocolatados. Estaba envuelto por la penumbra del salón en el que iba a pasar esa noche de domingo. Necesitaba pensar. Llevaba años sin hacer otra cosa y a pesar de eso tenía la urgente necesidad de continuar haciéndolo.

Je T'aime Et Je Te Hais _ Adaptacion (MinKey)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora