Tres

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—¿Recuerdas cuando eramos pequeños y te gustaba jugar a estampar tus cochecitos?—pregunto aferrándome al asiento—Por favor, no estampes este

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—¿Recuerdas cuando eramos pequeños y te gustaba jugar a estampar tus cochecitos?—pregunto aferrándome al asiento—Por favor, no estampes este.

Gabriel permanece en silencio y, cuando doy por hecho que no va a contestar, suelta una desconcertante carcajada.

—Deberías relajarte, tengo permiso para conducir.

—A la carretera— me apresuro a decir cuando se gira hacia mi—Mira, siempre, a la carretera.

—Claro.

Mientras él vuelve su mirada yo no puedo evitar preguntarme quien fue el idiota que le regaló el carnet. Llevo todo el viaje balanceándome entre el asiento y la guantera, me duele el hombro por culpa de los frenazos y empiezo a tener pensamientos asesinos hacia el examinador que le aprobó. Hoy es el primer día de instituto de mi último año y mi padre, que tenía que trabajar, le pidió a White que me llevara. Lo que me sorprende es que aún no nos hayan detenido por conducción temeraria.

Cuando llegamos al instituto Gabriel White vuelve a sorprenderme. Y no me sorprende que golpee al coche de delante y al de detrás al aparcar. Ni me sorprende que me coja de la cintura para ayudarme a bajar del coche. Bueno, eso un poco sí que me sorprendió pero, la sorpresa a la que me refiero es a que White se adentra, junto a mi, dentro del insti.

Pienso en una frase ingeniosa. En una manera de pedirle que se vaya sin decirlo.

—Puedo buscar mi clase sola— después de soltarlo sonrío y me encojo de hombros, quitándole importancia.

—Lo sé.

Sin embargo el castaño sigue andando a mi lado. Incluso realentiza su paso para seguir el ritmo de mis muletas ¿Es qué pretende seguirme hasta que me vea sentada en el pupitre?

—Pensé que tendrías que ir a la universidad...

Gabriel suelta otra carcajada ¿Este tío se toma algo enserio?

—Yo no voy a ir a la universidad—sus labios se curvan hacia arriba—Aún.

Por favor, no lo digas. Por favor, no lo digas.

—Yo también me alegro de que seamos compañeros de clase

Y lo dijo. Sus palabras me caen como un cubo de agua fría. La razón es simple. Yo no soy muy popular por aquí. No me apetece que White me vea comiendo sola y, mucho menos, un nuevo ofrecimiento de ayuda.

—Eso es...genial.

—¿Por qué no te caigo bien?

—¿Qué?

Su pregunta me pilla desprevenida y, un simple monosílabo, es lo único que consigo responder.

—Me pegas un puñetazo. No quieres mi ayuda, te burlas de mi forma de conducir, estás ansiosa porque me vaya de tu insti y prefieres bañarte en lava antes que estar en clase conmigo.

Está nervioso. Habla rápido y, teniendo en cuenta que en menos de un minuto a enumerado mis acciones contra él de las últimas 72 horas, no me extraña.

—Sí me caes bien— ¿Me cae bien?— Es sólo que... que... Lo del puñetazo fue un accidente.

—Déjame conocerte, Ryan.

—Déjame en paz, White.

No le entiendo. Lleva diez años sin verme, en los tres días que lleva conmigo no he parado de meter la pata—tan metida que ahora llevo tobillera—y él, aún así, muestra interés en mi. Probablemente solo sea curiosidad. Seamos realistas. Él es el dios griego y yo soy, más bien, la hermana de Afrodita. La hermana a la que le tocaron los genes malos. No pasa nada. La curiosidad se pasa pronto. O eso espero.

Cuando cogemos nuestro horario nos dirigimos al laboratorio, pues empezamos con Química. Al entrar todo el aula se gira para mirarnos. Corrijo: todo el aula se gira para mirar a Gabriel. La única persona que tiene los ojos fijos en mi es Saray Miller. Digamos que Saray es gasolina y yo un mechero. Si estamos juntas, en un mismo sitio, algo siempre termina explotando.

Saray se acerca con paso firme hacia nosotros. Su pelo lacio está repeinado en una estirada trenza que le marca la frente. Su respingona nariz se arruga al sonreir y sus ojos avellana me miran con desprecio.

—Vaya, pero si el pobre soldadito se ha caído—Saray me arrebata una de las muletas. Por unos segundos pierdo el equilibrio pero los brazos de Gabriel me sostienen. Esta vez los bíceps me han salvado.

—Tranquila, nadie puede caer tan bajo como tú.

Puedo notar como el calor sube por sus mejillas. Saray aprieta los puños y golpea el suelo con los pies. La he ganado en nuestro asalto verbal. Yo lo sé y ella también.
Ryan 1, Saray 0.

—Ya no podrás ser la capitana del equipo de voleibol y, cuando yo lo sea, estaré tranquila—afirma antes de volver a su sitio.

—No vamos a permitir que lo sea— la mano de Gabriel se apoya en mi hombro.

¿Vamos? ¿Desde cuando White y yo somos un equipo?

*****

Por fin les dejo el tercer capítulo. ¿Qué tal hasta ahora?
Disfrútalo. Espero tu comentario.
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Gracias,
L.

Sentimientos en guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora