Un mes después
Echo un último vistazo a mi habitación. Hace un par de años, cuando mi padre descubrió que era mi color favorito, pintó las paredes de lila. La cama está pegada a la pared del fondo, en la que siguen colgados viejos pósters de bandas de rock, y, frente a ella, el armario de madera. Bajo la ventana, hay una mesa de estudio blanca. A su lado una estantería del mismo color, cargada de romanticismo, con autores como Nicholas Sparks, John Green o Federico Moccia. Frente a las novelas hay una botella llena de conchas, que de pequeña recogí en la playa, y mi colección de bolas de nieve.
O, al menos, antes era así. Ahora es un cuadrado, sin muebles, en el que se esparcen cajas amontonadas sin ningún tipo de orden o patrón. No se cuantas han necesitado para guardar mi ropa pero, seguramente, han usado más de una caja para mis libros.
Me acerco a una de las cajas de cartón, con el sello frágil en el lomo, y abro la tapa. Después de agarrar la esfera de nieve que compré en Nueva York, la zarandeo. La Estatua de la Libertad, encerrada dentro del cristal, me mira mientras los copos blancos caen.
A pesar de los cincuenta estados y el distrito que constituyen Estados Unidos, mudarse a mitad de año no es nada sencillo. Pero, a nosotros, nos lo ha facilitado todo mi abuela. Además de dejarnos su casa, ha conseguido que tres institutos quieran admitirme, sin importar que el plazo de matrículas lleve meses cerrado. Y no me extraña. Dudo que, en todo Brooklyn, exista alguien más insistente que Aria Brown.
Guardo de nuevo la esfera de cristal, que ya no es una simple pieza de coleccionista. Ahora tenemos algo en común. En unas horas, la esfera y yo, compartiremos estado.
No quiero irme pero lo necesito.
Antes de dirigir mis pies hacia el taxi, los conduzco a la habitación de Gabriel. Bueno, al cuarto donde el castaño durmió mientras vivió aquí, situado tres puertas después del mío. Me llevo la mano al pecho. Al entrar mi corazón, que ha reconocido el lugar, aumenta su frecuencia. Bueno, en realidad, su corazón.
—Va a ser una operación muy larga, deberías descansar hasta que te llamemos a quirófano—a pesar de sus buenas intenciones, las palabras de la enfermera me parecen irrealistas. ¿Cómo se descansa antes de que te abran en canal?
—Claro
—¡Casi se me olvida!—estaba apunto de irse pero, su memoria, la ha hecho retroceder— El chico sabía que no aguantaría... Su última voluntad fue ser tu donante. Me pidió que te dijese su nombre. ¿Cómo era? ¿Gaye? ¿Gael?
—¿Gabriel?—un hilo de voz temblorosa se escapa de mi garganta.
—¡Sí! Gabriel, Gabriel White. ¿Lo conocías?
Me habían pasado tantas cosas que, casi, había olvidado mis problemas cardíacos. No llegue a ser consciente de la gravedad de mi enfermedad hasta horas antes de la operación. Hace casi un mes que me trasplantaron y eso es lo único que recuerdo. Y, creerme, no lo voy a olvidar nunca. Aunque todavía me parezca imposible de creer, todo salió bien. Al principio me costó adaptarme a mi nueva vida. Ahora he recuperado mis entrenamientos e, incluso, han vuelto a mi las ganas de entrar en la armada. Puede que lo intente.
Gabriel murió horas después del disparo pero una parte de él siempre vivirá dentro de mi, literalmente.
Uno de los motivos de mi mudanza es el miedo hacia Shane quien, por cierto, se ha fugado. Y, la razón más importante, es que quiero empezar una nueva etapa. Una fase que incluya buenas calificaciones, deporte, fiestas y, sobre todo, amigos. Nuevo corazón, nueva Ryan.
Después de secarme las lágrimas, me incorporo despacio y salgo de la habitación. Mi padre me espera abajo, junto a un taxi que nos llevará directos al aeropuerto. Vamos a pasar el día entre aviones hasta que lleguemos a, exactamente, la otra punta del país. No creo que eso combine muy bien con mi miedo a las alturas.
—¿Estás segura de esto?—mi padre me abraza cuando llego junto a él— Aún podemos dar marcha atrás.
—O podemos acelerar hacia delante
—¿Cuando te has convertido en una mujercita?—mi padre, con voz exagerada, finge secarse una lágrima.
Ambos subimos al coche y el taxista arranca. Apoyo mi cabeza en el vidrio mientras veo como mi casa se va haciendo cada vez más pequeña. En un par de minutos, desaparece de mi campo de visión.
Adiós, San Francisco. Nosotros ya hemos acabado nuestra historia.
Sin embargo, las páginas sobre mi vida en Brooklyn aún están en blanco. Y yo soy la única que podrá rellenarlas.
Fin
¡Se acabó wattpaders!
Todo tiene un final y este es el que llevaba varios días rondando mi mente. ¿Que les pareció? ¿Se lo esperaban?Aunque, dentro de poco, subiré unos agradecimientos en condiciones, no voy a desaprovechar la oportunidad de daros las gracias por todo vuestro apoyo❤
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-L.
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Sentimientos en guerra
Teen FictionMe he esforzado. He entrenado durante años para convertirme en una chica fuerte. Me ha costado mucho construir la coraza que impide que accedan a mis sentimientos. Lo siento, Gabriel White, pero no vas a conseguirlo. No es tan fácil llegar hasta la...