Capítulo 14 "Gasolina"

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Nota de autora: YO SÓLO VOY A DECIR QUE SE PRENDIÓ ESTA MIERDA.

Sira pateó por última vez la puerta frente a ella, como si aquello fuera a lanzarla por los aires o algo. Tenía los nudillos de sus manos en carne viva, y había estado llorando como una condenada. Ella no tenía la culpa por su naturaleza, no tenía la culpa de tener un imbécil como compañero.

Ella jamás se esperó que Kaled la encerrara en un salón al convertirse nuevamente en humano. Él tan sólo la había subido sobre su hombro, gruñendo incoherencias, y la había dejado sola, allí, en un salón sin nadie. Sira le había gritado, había arañado su espalda, lo había golpeado, pero nada evitó que él se fuera, dejándola sola, casi al borde del colapso.

Sira podía imaginarse arrancando sus tripas, golpeando su perfecto rostro, pateando sus bolas. No pensaba perdonarlo por esto, joder, no pensaba perdonarlo por el incidente del pasillo. No pensaba seguir con alguien que se convertía y preguntaba después, no era sano para ella. Su posesión no era malditamente sana.

—Joder ¡Es un pésimo momento para olvidar mi teléfono! —Nunca más, jamás, en su maldita vida, volvería a dejar su teléfono en los lockers ¿Kaled siquiera vendría a buscarla? ¿A sacarla de allí? No quería imaginarse lo que haría ella si él la dejaba allí por la noche. Sira no era exactamente claustrofóbica, pero se ponía verdaderamente nerviosa cuando pasaba mucho tiempo en la misma habitación, de noche, en un maldito edificio solitario.

Llevando sus manos a su cabello, dejó salir un histérico grito de su pecho y tironeó de él ¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! ¿Cómo pudo haber siquiera pensado en defender a esa escoria? ¿Cómo se preocupó siquiera por él? Sira quería patearse él trasero a sí misma, una y otra vez, hasta que sus ideas se reacomodaran.

El sonido del timbre dio por finalizada la última clase, y Sira comenzó a sentirse mareada. Como si lo hubiera estado llamando con la sarta de maldiciones que lanzó a su nombre, la cabeza de Kaled se asomó por la puerta, justo a tiempo para recibir el proyectil que Sira había mantenido a su alcance desde hacía horas. Un lapicero de apariencia pesada le dio justo en la frente, dejándolo sorprendido y sonriente.

—Gatita, guarda las garras, tengo un explicación para esto... —Kaled apareció frente a ella con una velocidad sorprendente. Sira podía sentir cómo la sangre le hervía al ver la perfecta y blanca sonrisa, su corazón golpeteando fuertemente en su pecho, mientras su cerebro se freía en la ira que le causaba su absurda imagen.

¡Ese hijo de puta! Es pulgoso maldito, descarado, la había jodidamente encerrado durante los últimos cinco periodos escolares. La había dejado sola, sin su teléfono, sin nada en lo que pensar, excepto el meter una escopeta por su prominente trasero y ver sus tripas salir por los aires. Sí, ella comenzaba a sorprenderse por los pensamientos violentos y sádicos que su mente creaba cuando se trataba sobre Kal. Y también le sorprendía que todo siempre terminara en su trasero.

—Vas a necesitar más que una explicación para que no te mate, Cox, mucho más que eso —Sira lo tomó por el cuello de su camiseta negra, sus ojos conectándose, pero esta vez ella estaba demasiado enojada como para notar el hermoso color en ellos. La hermosa disparidad—Tengo... tengo ganas de matarte, Kaled, no sabes lo fácil que sería para mí romperte el cuello, tú no te lo esperarías...

—Pero no lo hiciste —Kal dio un paso más hacia ella, como si no le importara en absoluto sus amenazas, la sonrisa fanfarrona comenzaba a tocarle sus nervios. A él no le importaba el hecho de tenerla tomándolo de su camiseta, con los dientes apretados, con sus puños firmes. No le importaba que Sira sea como un volcán repleto de lava, preparado para arder y quemar todo a su alrededor. La deliciosa y tortuosa presión en su pecho era un martirio para Sira, su ira estaba allí, junto a todas aquellos sentimientos que ella mantenía alejados de ellos dos, era tan dulce y tortuoso a la vez, que la hacía sentirse en caída picada.

Sweet DecadenceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora