—Si no quieres, puedo llevarte a casa, Sira... no es necesario que conozcas a la manada hoy. —Kaled la observó fijamente desde el asiento del conductor, rompiendo el profundo silencio que habían mantenido. Sira rodó sus ojos, ella había tenido suficiente tiempo como para pensarlo, arrepentirse, aterrarse y volver a tomar valor, todo en un viaje de alrededor de veinte minutos. Su mente se había despejado, el calor del beso se había ido; pero Sira no podía sacarse de la cabeza todo lo que sucedió. Podía jurar que aún sentía los labios de Kal sobre los suyos.
No sabía por qué, pero ella se sentía como si todo hubiera cambiado luego de eso, como si Kal hubiera roto una de sus barreras. El hijo de puta sabía presionar, quizás demasiado, pero le había funcionado. Después de todo, ahora había conseguido llevarla hasta su manada. Estaban en el centro del bosque, cerca de un sendero que, ella sabía, los dirigiría directo a las puertas que escondían a la manada completa.
Era complicado explicar el tipo de magia que utilizaban las diversas criaturas para esconder sus campamentos o manadas de los humanos. La mayoría se regía por el mismo sistema, sólo muros y puertas, con cuatro abedules en la punta de cada muro; donde unas brujas, enviadas por el comité o por alguna autoridad que rigiera en la zona, se ocupaban de plantar algunas cosas extrañas debajo de sus raíces y hacer diferentes hechizos. Básicamente, aquellos muros se convertían en espejos y portales, los cuales llevaban a los humanos hasta donde continuaba el bosque, sin que ellos lo notaran.
—Ya estamos aquí, Kal. Me hiciste ponerme un vestido, voy a entrar, y les voy a encantar. —Sira se preparó para el peor fracaso de su vida; ella sabía que, con su suerte, todo saldría como la mierda. Pero, también, sabía que por una vez en su vida era hora que se pusiera sus pantalones de chica grande y enfrentara sus miedos.
—Guau, Gatita, si sabía que con sólo un beso te comportarías así...—murmuró por décima vez en el día. Sira sentía como si su paciencia se fuera deshaciendo entre sus dedos mientras apretaba sus manos en puños.
Sí, él seguía jodiéndola; y ella seguía enfadándose con la misma furia de siempre. Eso no cambiaría.
—Sólo mueve el puto auto, Kal —murmuró, molesta, lanzándole una mirada irritada. Kaled suspiró a su lado, y entonces el sonido del motor volvió a hacerse presente, dándole una excusa a ambos para mantener un pacífico silencio, libre del sarcasmo de Sira y los comentarios picantes del lobo.
Ella no supo cuánto tiempo estuvieron por aquel sendero de piedras; lo único que pudo decir acerca de ello, es que fue su último momento de paz y tranquilidad. Observó al cielo desde la ventana; se encontraba de un bonito anaranjado, gracias al atardecer, y el canto de los pájaros a su alrededor simplemente le dio un sentimiento de paz casi increíble. Era increíble, porque sentía paz aún con Kaled a su lado.
Sira no supo de dónde sacó el valor para tomar su mano mientras Kal paraba frente a las enormes puertas de roble, pero no se quejó. Con su corazón latiendo a mil por hora, producto de los nervios, mantuvo su mirada en el cielo cuando las puertas fueron abiertas. Inmediatamente, el viejo Kaled salió a la luz, como si el estar frente a su manada lo volviera un imbécil naturalemente.
—Abran el portón ¡Ya! —Kal ni siquiera saludó al pobre hombre que se acercó a ver quiénes eran. Sira se sintió tan avergonzada por el comportamiento del pulgoso que no se atrevió a siquiera mirar. Ella no iba a dar la cara por él, de ninguna forma, si quería tratar a su manada como la mierda, allí él.
—Alfa. —Sira no levantó su vista, pero estaba segurísima que guardia había hecho una reverencia hacia él—. Bienvenido.
Kaled hizo caso omiso a su existencia, y arrancó el auto, avanzando con rapidez, dirigiéndose a Dios sabe dónde. Cuando ella estuvo segura que estaban lejos del guardia, subió su mirada, dejando el papel de sumisa de lado.
ESTÁS LEYENDO
Sweet Decadence
WerewolfPara un licántropo, el imprimarse de un humano es todo problema, pero ¿De una Ninfa? Diablos, Kaled Cox jamás imaginó que su compañera sería Sira, la bella morena asustadiza que se deslizó tan rápido en su pueblo y vida que jamás la vio venir. Él ja...